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LE LLAMABAN 'SOSSO'

Aventuras del joven Stalin

Todo asesino fue alguna vez niño; también los dictadores. La historia de sus andanzas infantiles está en muchas ocasiones llena de milagros, de pequeñas hazañas y detalles que caracterizaban al futuro líder de la patria o del proletariado.


	Todo asesino fue alguna vez niño; también los dictadores. La historia de sus andanzas infantiles está en muchas ocasiones llena de milagros, de pequeñas hazañas y detalles que caracterizaban al futuro líder de la patria o del proletariado.

La construcción de la imagen del dictador acompañaba a las ideologías totalitarias y autoritarias, y pervive en la mente de aquellos que los añoran. Pero eran hombres; ya fueran el Führer, el Duce o el Caudillo. El relato de su infancia, con dudas y certezas, nos muestra que fueron humanos, incluso Iosif Visarionovich Dzugashvili, más conocido como Stalin.

Nació en Gori, un pueblo cercano a Tiflis, en Georgia. La fecha oficial es el 6 de diciembre de 1878, pero él dio a la policía zarista otra: el 21 de ese mes. El estalinismo convirtió su casa natal en un museo. La morada estaba en el centro del pueblo, junto a la iglesia. Tenía dos habitaciones. Las paredes estaban cubiertas con alfombras, siguiendo el estilo caucasiano. No contaba nada más que con un baúl, que servía de aparador, una mesa y un catre de madera. Unas escaleras llevaban a un sótano. Allí vivían Visarion Ivanovich, su padre, y Ekaterina, su madre. Fue hijo único. Le bautizaron como Iosif, pero su familia y amigos le llamaron Sosso hasta los dieciséis años.

La relación con su padre fue muy difícil. Desempeñaba en Gori el oficio de zapatero. Tenía un taller propio que le daba para vivir bien. Empezó a beber por el dolor que le causó la muerte de sus dos primeros hijos. Embotado por el alcohol, Visarion se convirtió en un tipo violento que se enzarzaba en peleas tabernarias y que pegaba a su mujer. En una ocasión el joven Stalin se enfrentó a él. No soportaba ver sufrir a su madre y para defenderla le tiró un cuchillo. Falló, escapó a la carrera y unos vecinos le ocultaron durante varios días. A los diez años su padre le sacó de la escuela y lo metió en una fábrica en Tiflis, de la que le rescató su madre una semana después.

No se sabe a ciencia cierta si Visarion fue el verdadero padre de Stalin. La paternidad ha sido atribuida a un prelado en cuya casa trabajó un tiempo su madre, y a un aristócrata georgiano para quien ésta hacía labores de costurera. Incluso hay quien ha señalado a un entonces célebre explorador ruso, Nikolai Prjevalski, que visitó Gori y se encaprichó de la bella Ekaterina. Nadejda, la nieta de Stalin, señaló al conde Yakov Egnatachvili como el más probable. El historiador Simon Sebag Montefiore, que cree en la paternidad de Visarion, dice que no se trataba de un conde, sino del adinerado tabernero local.

Según el relato de la nieta del dictador, Ekaterina era asistenta en casa de aquella familia y nodriza del hijo del conde. Al parecer, ella mantuvo una larga relación amorosa con el conde durante la enfermedad de su esposa. Luego nació Sosso, que siempre encontró en aquella casa refugio, alimento y cuidado cuando estuvo enfermo. Gracias a la influencia del conde, el joven Iosif ingresó en el seminario de Gori y luego en el de Tiflis. Años después, Stalin hizo llamar al Kremlin a su hermano de leche, y para salvar el honor de su madre presentó una foto de Visarion, su presunto padre, claramente trucada: utilizaron una instantánea del propio Stalin, a la que añadieron una barba para que el parecido fuera perfecto.

A los seis años enfermó de viruela, lo que marcó su cara, y a los diez se cayó de una carreta, lo que le provocó una rigidez crónica en la coyuntura del codo izquierdo. Había nacido con unas membranas entre los dedos del pie derecho. Además, era bajito en comparación con otros niños, y muy delgado. No le gustaba el deporte, se metía en peleas y cometía travesuras convencionales, como meter ladrillos en las chimeneas o apedrear a los animales.

Sosso entró en el seminario de Gori con una beca. Ekaterina era muy devota, pero no consiguió inculcar la fe en su hijo. El rezo y los ritos le aburrían, lo que no deja de ser paradójico para quien como dictador impuso una religión laica. Aquí tampoco es sencillo separar lo real del mito del Padre Stalin. Parece ser que fue bueno en matemáticas, primer tenor en el coro, un prodigio memorístico y un lector voraz. Es verdad que fue un buen cantante; tanto, que llegó a cantar en bodas para ganar dinero. También es cierto que leía sin parar. Con trece años leyó una adaptación juvenil de El origen de las especies de Darwin, y sus hagiógrafos, y algún biógrafo, dicen que exclamó: "Ya lo sabía. ¡Dios no existe!".

En realidad, las lecturas que le gustaban eran las de capa y espada, las románticas de bandoleros, las de resistentes caucasianos frente a las tropas rusas. Le dejó marcado la novela de Alexander Kezbegui titulada El parricidio –lo que es significativo–, que narra las aventuras del forajido Koba contra los malvados rusos. Tanto le marcó, que cuando pasó a la clandestinidad, en 1901, tomó precisamente el nombre de Koba ("indomable") durante unos años.

La vida escolar del futuro Stalin está llena de milagros laicos, liderazgo y brillantez, según testimonios recogidos en la época estaliniana. El mito dice que quedó el número uno de su promoción en el seminario de Gori y que de ahí pasó a Tiflis en 1894. Pasó el examen de ingreso y fue admitido como mediopensionista sin pago de escolaridad. El propósito de su madre era que se convirtiera en sacerdote. No lo consiguió, lo que fue para ella una decepción. Años más tarde, erigido en dictador, visitó a Ekaterina, ya anciana, para mostrarle dónde había llegado en la vida:

–Mamá, ¿te acuerdas de nuestro zar?
–¡Por supuesto!
–¡Pues bien! Yo soy en cierto modo el zar...
–Pensándolo bien, mejor habrías hecho haciéndote cura...

En el seminario de teología ortodoxa rusa de Tiflis estuvo sometido a un régimen casi penitenciario, de hacinamiento y escasa alimentación. Los monjes espiaban a los alumnos, registraban sus lecturas y sus pertenencias y les sometían a castigos constantes. Sosso no soportaba esto, y fue castigado en numerosas ocasiones, incluso a ser confinado en el calabozo. Tenía entonces un fuerte sentimiento nacionalista georgiano, al que dio rienda suelta escribiendo unos poemas bastante malos con el seudónimo de Soselo:

Florece, hermoso país mío,
el país de los georgianos.
Y tú, georgiano,
haz feliz a tu país con tus estudios.

En su última fase de seminarista comenzó sus lecturas socialistas: Marx, Plejanov y Lenin. Fue entonces cuando abrazó el marxismo. En la conocida entrevista que concedió al escritor Emil Ludwig en diciembre de 1931 confesó que se había hecho marxista debido a su "posición social", pero también "a la dura intolerancia y a la disciplina jesuítica" que le "abrumaban sin misericordia" en el seminario.

En 1898 inició una vida paralela como miembro de una organización clandestina, Mesame Dasi (El Tercer Grupo), que era entonces un grupúsculo socialdemócrata georgiano. La represalia de los monjes minó su salud, y la institución y él se hicieron un favor cuando fue expulsado en mayo de 1899. Comenzó a trabajar en el observatorio físico principal de Tiflis. Era una tapadera para hacer propaganda entre los obreros, cuyas tabernas frecuentaba para adoctrinarles y captarles, por lo que pronto la policía le fichó.

Empezaba entonces su vida de revolucionario profesional, pero esa es otra historia.


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