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CUBA

Caso Padilla: y el 'enfant terrible' entregó la lengua

Heberto Padilla, poeta políglota y bocón, a veces histrión hasta la histeria, quiso ser el enfant terrible de la Cuba socialista, el bufonazo que señalara que a Barbatruco le colgaban las bolas y eso está tan feo, pero acabó fungiendo de escarmiento, chivo expiatorio en esa Cuba rusa que sobre su cabeza deslenguada proclamó lo obvio: Revolución no rima con Liberación.


	Heberto Padilla, poeta políglota y bocón, a veces histrión hasta la histeria, quiso ser el enfant terrible de la Cuba socialista, el bufonazo que señalara que a Barbatruco le colgaban las bolas y eso está tan feo, pero acabó fungiendo de escarmiento, chivo expiatorio en esa Cuba rusa que sobre su cabeza deslenguada proclamó lo obvio: Revolución no rima con Liberación.

Heberto Padilla nació en Puerta del Golpe, átenme ese nombre por el rabo afustado de las premoniciones, el 20 de enero de 1932. De siempre fueron lo suyo las letras y sus lenguas –hablaba el alemán, el inglés, el francés, el italiano, el griego, el ruso, el español suculento del Trópico–. Y la Revolución, que le pilló fuera (¡del juego!) pero sus queridos compañeros camaradas le querían dentro, así que lió el petate, abandonó la Yuma y sus academias Berlitz y sus emisiones radiales y se instaló en la Isla de los Prodigios, donde Fidel y Raúl y el Che ya fusilaban a modo y hacían ver a quienes ver querían que la Revolución era sangre y era odio, la selecta y fría máquina de matar que jaleara el pibejo.

En el mero Año I de la Cuba Nueva tuvo Heberto problemas con los forjadores de hombres nuevos. Lo mismo se pensaba que trabajar para ellos en las entrañas del monstruo anglosajón (Londres, Nueva York) iba a salirle gratis. "Todo comenzó a echarse a perder para nosotros los escritores cubanos cuando tuvieron lugar las reuniones con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en junio de 1961. Pero para el Poeta el mal corrió antes", refiere ceñudo el enojoso y llorado Cabrera Infante (que por acabar con Castro juró que pactaría hasta con Dios) en su monumental Mea Cuba. Para el Poeta, Padilla, el mal corrió antes, decimos que decía GCI:

En 1959, cuando se hizo corresponsal en jefe en Inglaterra de la agencia Prensa Latina (fundada por el Che Guevara, que entonces no quería creer en el hombre nuevo sino en el nuevo argentino: la agencia estaba toda llena de facsímiles) y vino a Londres –para meter la pata política. Como cuartel general de la agencia escogió un edificio en Fleet Street donde ya tenían su agencia la AP y la UPI. Cuando esta coexistencia espacial se conoció en Cuba acusaron al Poeta de vender (¿qué cosa: noticias, secretos?) o venderse al imperialismo yanqui –y fue llamado a contar en La Habana.

(Guillermo Cabrera Infante, "Los poetas a su rincón", noviembre de 1982; reproducido en GCI, Mea Cuba, Aguilar, Madrid, 1999, pp. 335-364).

Pero bueno, en fin, por esa vez lo dejaron correr, y enseguida pusieron al Poeta a recorrerse el mundo, como corresponsal en Moscú, meca de las marionetas sovietistas, o como buhonero buscalibros de Cubartimpex, una empresuela del Ministerio de Comercio, en Escandinavia y los países más que rojos arrojados (al otro lado del Telón de Acero).

Regresa en el año 66, desencantado con el siniestro socialismo real surreal y con la lengua más suelta que nunca. Y la pluma. En el 67 El Caimán Barbudo, órgano o carraca de la Juventud Comunista, le pide una reseña de Pasión de Urbino, por lo visto un novelón en el peor sentido de la palabra del alabardero Lisandro Otero. Y a Heberto no se le ocurre otra que escribir lo que piensa de la Pasión según Otero y alabar, efecto contraste, al apestado Guillermo Cabrera Infante, que a Lisandro motejaba Risandro y que andaba fulgurando a nuestro mundo con sus geniales palabrerías (Así en la paz como en la guerra, 1960, y sobre todo Tres tristes tigres, premio Biblioteca Breve 1964). GCI era hermano de Sabá Cabrera, autor del corto P. M., censurado por la Revolución Libertadora ya en 1961, y era jefe del célebre "Lunes" ­–suplemento cultural del no menos célebre diario Revolución–, que echó el cierre por orden de la Revolución Libertadora ya en 1961. Ya en 1961, qué pronto, ¿eh?, Fidel Felón clamó en su discurso "Palabras a los intelectuales":

¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho.

La revista Verde Olivo apunta y dispara el artículo "Las provocaciones de Heberto Padilla", pero el Poeta en aquel entonces, ya 1968, el año de la Primavera de Praga aplastada por los tanques rusos con los aplausos de Mefistofidel (GCI again), parece Juan Sin Miedo y nada, que no se calla ni deja de escribir lo que no debe. ¡Y encima van y le premian! ¡Es verdadera, oficialmente el bufón con licencia para clamar!

No. Era que le estaban cavando la tumba.

En 1968, sí, se lleva el premio de poesía de la única Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) con el poemario Fuera del juego, que incluye los versos memorables:

¡Al poeta, despídanlo! / Ese no tiene aquí nada que hacer. / No entra en el juego. / No se entusiasma. / No pone en claro su mensaje. / No repara siquiera en los milagros. / Se pasa el día entero cavilando. / Encuentra siempre algo que objetar.

Arde entonces Troya y a La Habana se le enciende el rostro hasta ponérsele de color rojo Stalin. La Uneac aúlla por ese premio que no es suyo sino del maldito jurado que Fidel confunda: José Lezama Lima, José Zacarías Tallet, Manuel Díaz Martínez, el inglés J. M. Cohen, el peruano César Calvo. Lo publicará, lo publicará, pero con un prólogo que es un acto de repudio, perpetrado por el "meticuloso estalinista" (palabra de Montaner) José Antonio Portuondo aunque firmado por el Comité Director de la Uneac (en La Habana el 15 de noviembre del 68, "Año del Guerrillero Heroico"):

Padilla trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su notorio ausentismo de su patria en los momentos difíciles en que ésta se ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia personal; convierte la dialéctica de la lucha de clases en la lucha de sexos; sugiere persecuciones y climas represivos en una revolución como la nuestra que se ha caracterizado por su generosidad y su apertura, identifica lo revolucionario con la ineficiencia y la torpeza; se conmueve con los contrarrevolucionarios que se marchan del país y con los que son fusilados por sus crímenes contra el pueblo y sugiere complejas emboscadas contra sí que no pueden ser índice más que de un arrogante delirio de grandeza o de un profundo resentimiento.

Resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Revolución de Octubre sea encasillada en acusaciones como "el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche", el terror que no puede ocultarse en el viento de la torre Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta "culto en los más oscuros crímenes de Stalin", los cincuenta años que constituyen un "círculo vicioso de lucha y de terror", el millón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera.

Si en definitiva en el proceso de la revolución soviética se cometieron errores, no es menos cierto que los logros (...) son más numerosos, y que resulta francamente chocante que a los revolucionarios bolcheviques, hombres de pureza intachable, verdaderos poetas de la transformación social, se les sitúe con falta de objetividad histórica, irrespetuosidad hacia sus actos y desconsideración de sus sacrificios.

Al de Puerta del Golpe, gran fumador de habanos, le empiezan a caer puros formidables y sabrá, lo supo siempre, que no era Juan Sin Miedo. Desde el exilio le da una mano Cabrera Infante, pero él se la estruja acusándole de asumir "el papel de todo contrarrevolucionario que intenta crearle una situación difícil al que no ha tomado su mismo camino". GCI entonces le replicará airado, comprensivo, dolido:

Heberto Padilla, quizás el único poeta revolucionario de su país y por ello mismo un perseguido (...) me atacó bestial, tal vez después de leer a Marx. Mi delito, haber revelado en el extranjero que le acosaban, rompiendo por primera vez la barrera del silencio, ese acuerdo de caballeros rojos y rosados con respecto a la injusticia creada (en Cuba) en nombre de la injusticia.

[...]

(...) sé que puedo hacer chistes y parodias por el gusto de jugar con las palabras, mientras que Padilla usa las palabras porque es su vida la que está en juego. Cierto. No menos cierto es que yo elegí este libre albedrío, mientras Padilla escoge la Historia y la esclavitud.

(GCI, "La confundida lengua del poeta", 14-I-1969; reproducido en Mea Cuba, ed. cit., pp. 44-51).

En ese mismo texto GCI recuerda a HP que esos bárbaros neorromanos no pagan a quienes tienen por traidores, y barrunta la posibilidad de que su acusador acabe confesándose "saboteador de autobuses o incendiario de cañaverales". Terrible premonición razonable.

Qué tres años frenéticos vivió Padilla. Tendría miedo y daría una de cal y otra de arena, pero el caso es que no calló, si acaso habló más alto; y hasta a los gritos a quienes, paranoico, le perseguían:

En una ocasión, al final de una tertulia en mi habitación durante la que se había bebido bastante, se puso a gritar en dirección a los supuestos micrófonos empotrados en los rincones: "¿Escuchaste, Piñeiro? Y toma nota de que aquí estaba X., que guardó silencio pero no discrepó de lo que decíamos. ¿Me entiendes?".

(Jorge Edwards, Persona non grata, Tusquets, Barcelona, 2000, p. 265).

Padilla se exponía pensando que así se resguardaba. "Creyó que la solidaridad de la izquierda no comunista lo defendería, cuando esa solidaridad, precisamente, acabaría de hundirlo", escribirá Edwards, que tan bien, a veces para mal, le conoció. Padilla se creía en el vórtice, el centro en calma del ciclón, pero en realidad era la casa de madera que a las primeras de cambio desarma el ventarral. Castro había decidido escarmentar de una vez por todas a la intelligentsia patria y a la de afuera, que andaba criticona y temiéndose que Cuba no fuera lo que no era, "la posibilidad de un socialismo libertario" (Edwards). Y que el chivo expiatorio fuese Heberto el lenguaraz. "Ahora vamos a poder romperle los cojones a Padilla", dicen (Edwards, ob. cit., p. 145) que dijo el siniestro Risandro, risa de hiena.

En enero del 71 Heberto se mete en la Uneac, boca del lobo, a recitar sus Provocaciones; "con gran asistencia de público joven –relata Edwards–, que llenó la sala, los corredores adyacentes y hasta los sectores del jardín que se hallaban cerca de las ventanas" (p. 147).

Debió advertir el poeta la carga de verdad que llevaban sus versos:

No lo olvides, poeta. / En cualquier sitio y época / en que hagas o sufras la Historia, / siempre estará acechándote algún poema peligroso;

y que le acabaría estallando.

Dos meses después, el 20 de marzo de 1971, Padilla es arrestado "á la Russe: en su casa y por la madrugada" (Cabrera Infante). También se llevan a su mujer, la también poeta Belkis Cuza Malé, acusados ambos de desarrollar "actividades subversivas" contra el Gobierno Revolucionario de Cuba.

Verdaderamente el delito de Padilla era ser poeta y hablar mal de lo que mal estaba. Así que le exigieron la voz.

A aquel hombre le pidieron su tiempo / para que lo juntara al tiempo de la Historia. / Le pidieron las manos, / porque para una época difícil / nada hay mejor que un par de buenas manos. / (...) / Le pidieron el pecho, el corazón, los hombros. / Le dijeron / que eso era estrictamente necesario. / Le explicaron después / que toda esta donación resultaría inútil / sin entregar la lengua (...)

Y la entregó.

La Habana tuvo su Proceso de Moscú en abril, el mes más cruel para el poeta. Hecho un amasijo de miedos, a Padilla lo sueltan el día 26, para que el 27, en el marco del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura –Oooh Orwell!–, se humillara y ofendiera ante la Uneac, presidida para la ocasión por el siniestro stalinista Portuondo, ejecutor de prólogos grupales (el presidente de esa asociación atroz, Nicolás Guillén, "muy anciano, prefiere quedarse en su casa", acota Montaner en su viaje referencial al corazón de Cuba. "Pueden ser escrúpulos de conciencia").

La Confesión es un escarnio, un obsceno escándalo, la más precisa radiografía de la abyección de la mentalidad totalitaria. Padilla lame las botas de sus maltratadores ("Es increíble los diálogos que yo he tenido con los compañeros de Seguridad del Estado... quienes ni siquiera me han interrogado, porque ésa ha sido una larga e inteligente y brillante y fabulosa forma de persuasión conmigo"), se avergüenza de haber malhablado del Verdugo en Jefe ("Y no digamos las veces que he sido injusto e ingrato con Fidel, de lo cual nunca me cansaré de arrepentirme"), miente que Fuera del juego estaba fuera de lugar ("¿Ustedes piensan, si pueden leer este libro, que es un libro revolucionario? Ese libro está lleno de amargura, está lleno de pesimismo... Ese libro expresa un desencanto..."); denuncia con nombres y apellidos a sus amigos (Norberto Fuentes, Pablo Armando Fernández, José Lezama Lima...); hasta se arranca su costilla, cherchez la femme!, y sin contemplaciones la arroja a los perros que le han depravado:

Porque si yo mencionara, por ejemplo, ahora, a mi propia mujer, Belkis, que tanto ha sufrido con esto, y le dijese, como le podría decir, cuánto grado de amargura, de desafecto y de resentimiento ella ha acumulado inexplicablemente durante estos años, ella sería incapaz de ponerse en pie y desmentirme.

La izquierda exquisita se estremece, en el México de Octavio Paz y Carlos Fuentes como en el París de Sartre, Beauvoir y Vargas Llosa. Pero hete aquí que Castro brama y les pone del color de su guerrera que tanto les gustaba, les tacha de pseudoizquierdistas descarados, revolucionarios de boquilla y cuenta ajena, miramelindos, vividores. ¡Dentro de la Revolución, todo! ¡Fuera de la Revolución, nada! Y les da con la puerta de la Isla Cárcel en toda la boca:

Ya saben, señores intelectuales burgueses y libelistas burgueses y agentes de la CIA y de las inteligencias del imperialismo, es decir, de los servicios de inteligencia, de espionaje del imperialismo: en Cuba no tendrán entrada, ¡no tendrán entrada! (...) ¡Cerrada la entrada indefinidamente, por tiempo indefinido y por tiempo infinito!

Fue entonces que algunos se cayeron del guindo, se curaron la castritis. Octavio Paz dirá: "Nuestro tiempo es el de la peste autoritaria". Vargas Llosa dimitirá del comité de la revista de la Casa de las Américas y redactará una carta, suscrita por otros 60 intelectuales –Sartre, Beauvoir, Marsé, los Goytisolo, Rulfo, Jorge Semprún, Gil de Biedma...–, en la que se denuncia el caso Padilla por sus semejanzas con "los momentos más sórdidos del estalinismo" (pero, ay, ojo, qué final tenía la carta: "Quisiéramos que la Revolución cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo"; la cursiva impugnadora es mía). Otros, en cambio, hozaron en el fango podre del servilismo más astroso: los versos-baba de Cortázar dan dentera:

Buenos días, Fidel; buenos días, Haydee; buenos días, mi Casa, / mi sitio en los amigos y en las calles, mi buchito, mi amor, / mi caimancito herido y más vivo que nunca. / Yo soy esta palabra mano a mano como otros son tus ojos o tus / músculos, / todos juntos iremos a la zafra futura, / al azúcar de un tiempo sin imperios ni esclavos. / (...) Déjame defenderte / cuando asome el chacal de turno, déjame estar ahí. Y si no lo / quieres, / oye, compadre, olvida tanta crisis barata. Empecemos de nuevo, / di lo tuyo, aquí estoy, aquí te espero; toma, fuma conmigo, / largo es el día, el humo ahuyenta los mosquitos. Sabes, / nunca estuve tan cerca / como ahora, de lejos, contra viento y marea. El día nace.

Padilla despojado consiguió salir de la Isla el 13 de marzo de 1980. Rumbo al Imperio, la Tierra de los Libres. Lo encontraron muerto, infartado, en su casa de Alabama el 24 de septiembre del año 2000. "Nunca se recobró verdaderamente de esa arbitraria e injusta detención y confesión", relatará entonces Cabrera Infante. "Algún tiempo después lo volví a ver y ya no era el mismo Heberto Padilla. Estaba entregado al alcohol, porque cuando fue puesto en libertad caminaba por La Habana desempleado. Eso en parte, más el exilio, que es una tarea agotadora, fue lo que yo creo le hizo sucumbir ante un ataque al corazón". El cierre es de Belkis:

El hombre que yo conocí desde los 20 años y con el cual viví más de treinta era un hombre de una brillantez enorme pero también de una delicadeza de espíritu muy grande, y así lo quiero recordar siempre; no solamente como poeta, también como el padre de mi hijo, como el compañero y el hermano que fue para mí.

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