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ESPAÑA

De la reforma a la ruptura

Como es sabido, la transición supuso el desmantelamiento del régimen franquista, por lo que parecería una discusión bizantina la de si fue por reforma o por ruptura. Pero, como he expuesto en La transición de cristal, el problema es decisivo desde el punto de vista histórico y político, y la involución antidemocrática, precisamente rupturista de los últimos siete años, nace de esa diferencia entre reforma y ruptura.


	Como es sabido, la transición supuso el desmantelamiento del régimen franquista, por lo que parecería una discusión bizantina la de si fue por reforma o por ruptura. Pero, como he expuesto en La transición de cristal, el problema es decisivo desde el punto de vista histórico y político, y la involución antidemocrática, precisamente rupturista de los últimos siete años, nace de esa diferencia entre reforma y ruptura.

Creo que nadie más ha planteado el problema en estos términos, pues las historias de la transición, sin excepción que yo conozca, se limitan a narrar con más o menos agudeza los hechos y a exponer análisis generalmente superficiales. Señalo esa tendencia de nuestra historiografía contemporánea, así como su rechazo al debate; tendencia que importa superar, por cuanto indica una mala salud intelectual.

La reforma partió del propio franquismo y, con alternativas que he expuesto en el libro citado, quedó definida por Torcuato Fernández Miranda en dos puntos clave: "De la ley a la ley" y "La oposición solo aceptará la reforma desde una posición de debilidad". El primer punto implicaba una transición constructiva desde la legitimidad del franquismo, sobre la sociedad legada por él: reconciliada, próspera y con buena salud social o calidad de vida. El segundo punto constataba que la oposición antifranquista no había calado en la población y no debía ser fortalecida artificialmente.

Contra la reforma, la ruptura quería fundar el nuevo régimen sobre una pretendida legitimidad del Frente Popular. Dado que esta cuestión ha originado equívocos tan gruesos y grotescos, procede reafirmar dos hechos esenciales: a) el Frente Popular no fue parte de la república de 1931, sino precisamente el destructor de la legalidad republicana; b) el Frente Popular no era democrático, sino lo contrario: basta ver su composición política, que he recordado a menudo: un conglomerado de totalitarios, golpistas y separatistas. Solo la persistente propaganda staliniana, aceptada incluso por gran parte de la derecha, ha podido identificar a la república con el Frente Popular, y a este con la democracia, negando con insulto la realidad histórica. Asombroso, y revelador de la flojera historiográfica en España, es que tales dislates propagandísticos hayan calado como lo han hecho, fundando políticas no menos disparatadas.

Cabría objetar que, aunque equivocada en cuanto al Frente Popular, en la práctica la oposición antifranquista era democrática. Nada más falso. El totalitarismo constituía la esencia misma del PCE, el partido más fuerte y organizado; los separatismos, muy débiles, se expresaban en Cataluña envueltos en disfraces y equívocos, y en las Vascongadas se ligaban al crimen terrorista. Y el marxista PSOE se manifestaba en el mismo sentido que el PCE, pero con más radicalidad (economía autogestionaria, apoyo a los separatismos, etc.), como ya había ocurrido en la república; su programa máximo era y es incompatible con las libertades. He recordado que sus afinidades con la ETA son mucho más que anecdóticas.

Esta oposición, para nada democrática y en general antiespañola, lanzó en pro de la ruptura una huelga general, presionó en los organismos europeos y llamó al boicot al referéndum que debía aprobar la reforma. Parte de esa oposición incluso empleó el terrorismo. En todo fracasó estrepitosamente, y la reforma recibió una votación masiva, superior a la posterior de la Constitución. Se abrió así un excelente panorama político que el malhadado e indocumentado Suárez echaría a perder renunciado a sus orígenes, rebajando la política al nivel del chalaneo, favoreciendo artificialmente a la oposición y renunciando a la imprescindible lucha de ideas, que dejó en manos de los rupturistas.

La vencida oposición no renunció a la ruptura, y cosechó un primer e importante éxito con una Constitución ambigua y contradictoria, bomba de relojería contra la unidad nacional. También propició para la ETA una salida política que la legitimaba. Suárez llevó el país a una situación pésima, en la que hasta el PSOE percibió la necesidad de un golpe de timón, intentado de forma catastrófica el 23-F. Luego, el período de González, sin ser abiertamente rupturista, degradó la democracia corroyendo la independencia judicial, sembrando la corrupción y mezclando colaboración con la ETA y terrorismo de gobierno. Con Aznar surgió la gran ocasión de rectificar las derivas originadas en Suárez mediante la regeneración democrática (incumplida) y luego el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo; pero la cabra tira al monte y el PSOE prefirió sabotearlo promocionando los separatismos y el acuerdo con la ETA.

Ha sido Zapatero quien ha invertido la transición imponiendo oficialmente la ruptura por medio de la ley de memoria histórica, en sí misma totalitaria, cuya esencia es la justificación de los crímenes del Frente Popular y de la ETA y la condena del régimen que venció a la revolución, evitó la entrada en la guerra mundial, derrotó un nuevo intento de guerra civil, superó los odios que hundieron la república y dejó la sociedad más modernizada, rica, dinámica y tranquila que haya tenido España en varios siglos. La ruptura zapatera solo podía traer lo que ha traído: involución política, auge del separatismo, corrupción y peor salud social. Y, finalmente, ruina económica.

En la base de estos desmanes se encuentra una clase política ignorante y despreciativa de la historia y la cultura de su propio país, y una masa de población adoctrinada en las mismas distorsiones. Un país que ignora su historia se condena a repetir lo peor de ella. ¿Habrá una rectificación con Rajoy? Me parece tan deseable como improbable. 

 

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