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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El antisemitismo de Mussolini

He escrito en varias ocasiones sobre la singularidad del fascismo italiano en lo relativo a la cuestión judía. En mi libro Perón, tal vez la historia apunté: "La sociedad italiana no era esencialmente antisemita, como la historia demostró sobradamente, el antisemitismo no era un rasgo estructural del fascismo italiano y la promulgación de las leyes raciales significó una pérdida muy grande de simpatías para el régimen".

He escrito en varias ocasiones sobre la singularidad del fascismo italiano en lo relativo a la cuestión judía. En mi libro Perón, tal vez la historia apunté: "La sociedad italiana no era esencialmente antisemita, como la historia demostró sobradamente, el antisemitismo no era un rasgo estructural del fascismo italiano y la promulgación de las leyes raciales significó una pérdida muy grande de simpatías para el régimen".
"En cuanto a Mussolini –dije en otra página de la misma obra–, y aun prescindiendo del dato cierto de que en el primer Consejo Fascista participaron judíos, y de que lo fuera el almirante Pugliese, jefe de la flota italiana, podemos sostener sin temor a equivocarnos que le preocupaban mucho más los sicilianos, con su Estado al margen del Estado, que los judíos, que tanto habían contribuido a la unificación de Italia".

Renzo de Felice, el gran historiador del fascismo italiano, escribió por su parte:
En aras de la alianza con Hitler, Mussolini sacrificó sin vacilar a los judíos italianos, aunque realmente no creía en su culpa; su crimen era, por tanto, más monstruoso aún que el de los nazis, que por lo menos creían en la culpabilidad de los judíos: del mismo modo que sacrificó espontáneamente a los judíos a Hitler, si hubiera sido aliado de Stalin habría sacrificado otra cosa. El aliado de Hitler se convirtió en antisemita.
Rita Levi Montalcini anota en sus memorias que Edvige, la hermana de Mussolini, "fue testigo de este cinismo cuando su hermano le confesó":
Si las circunstancias me hubiesen llevado a un eje Roma-Moscú en lugar del eje Roma-Berlín, quizá les hubiera inculcado a los obreros italianos (...) la mentira de la ética stajanovista y de la felicidad que encierra (...) una prueba de amistad magnífica, y además poco costosa.
Sigo pensando, y la experiencia personal y la lectura constante de la prensa me lo confirman, que la sociedad italiana es la menos antisemita de Europa.

Pero hete aquí que escribir la historia no es nunca tarea sencilla, porque al irse añadiendo nuevos documentos hay que evaluar los que ya poseíamos a la luz de los recién aparecidos, como es el caso de los Diarios de Claretta Petacci, la amante del Duce, que lo acompañó hasta el final y fue ejecutada con él, que aún esperan editor en español. Recojo de La Razón del 20 de noviembre, donde vienen en un recuadro al margen de la nota principal ("El cerebro del Duce en eBay"), dos frases tremendas que la Petacci registra como proferidas por Mussolini: "Yo ya era racista en 1921. No sé cómo pueden pensar que imito a Hitler, que no había nacido todavía. Me hacen reír", reza la primera. Y la segunda: "Estos asquerosos judíos, hay que destruirlos a todos. Haré una matanza como han hecho los turcos. Son carroña, enemigos y cobardes".

Claro, que si Mussolini era racista en 1921, se había cuidado muy bien de expresarlo. De Felice no recoge en ninguno de los extensos once tomos de su biografía, ni en la colección de los artículos de prensa del que fuera, antes que mandamás, director de Avanti y Il Popolo d’Italia, y colaborador de decenas de publicaciones de izquierdas (Mussolini giornalista), una sola mención al tema. Por eso, hasta su propia hermana se sorprendió cuando, en 1938, promulgó las leyes raciales por las que se establecía la discriminación y la persecución de los judíos.

Ese mismo año aparecieron el "Manifiesto de los científicos racistas", publicado por primera vez en Il Giornale con el título "Il Fascismo e i problemi della razza", y, poco más tarde, "La difesa della Razza", que incluía el primer texto. Por otra parte, los compromisos adquiridos con Hitler llevaron a iniciar cinco años después, en 1943, en los días de la República de Saló, escenario de todos los desbordes de un Mussolini que ya había perdido el sur de Italia y que gobernaba una zona ocupada por Alemania, la deportación de hebreos a los campos de concentración y exterminio, desde la Risiera de San Saba, próxima a Trieste, el Drancy italiano, donde se llegó a instalar un horno crematorio. En realidad, no era el formal gobierno de Mussolini el encargado de todo aquello, sino las tropas de ocupación alemanas. Pero su afán por mantenerse en el poder le llevó a aceptar todo.

La primera frase y, dentro de ella, el fragmento en que dice que Hitler "no había nacido todavía" en 1921 tiene todo el aspecto de una baladronada del baladrón que era Mussolini. En 1921, Hitler ya tenía un lugar en la política alemana, y en ese año se formaron los escuadrones de camisas pardas, las SA. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán había sido fundado el año anterior. Hitler tenía 32 años y Mussolini 38. Conociendo la falta de pudor del Duce en los discursos públicos –que producen verdadera vergüenza ajena–, es de creer que sería aún más obsceno y desafiante en la intimidad. Y Claretta era un mujer en el límite entre la ingenuidad de quien admira y la simple ignorancia, cosa que debía de fascinar a aquel hombre que no toleraba competencias (a pesar de la obsecuencia de su actitud ante Hitler: no le quedaba más remedio, pero es más que probable que odiara al Führer por su evidente superioridad militar y su imposición de líneas de gobierno).

Por otra parte, el documento histórico no es generado por historiadores, sino por gente que, en su gran mayoría, se balancea entre la ingenuidad y la ignorancia. Aun cuando viva en los medios del poder, que no es el caso de la Petacci, condenada a una inexistencia formal que no impedía que toda Italia conociera su relación con el dictador.

Una vez más, habrá que revisar. Los Diarios de Claretta no certifican nada por sí mismos, pero tendremos que estudiar la posibilidad de habernos equivocado respecto de las pasiones raciales de Mussolini, un hombre que mentía a las mujeres y que las utilizó a lo largo de toda su carrera hacia el poder. En este sentido lo retrata bien en sus memorias otra amante, ésta de juventud, Angélica Balabanoff, cinco años mayor que él y que lo sobrevivió largamente (hasta 1965): Mussolini se valió de ella, que tenía contactos privilegiados en Italia para llegar a la dirección del PSI: Labriola, Turati y Menotti. Por cierto, ella niega un vínculo amoroso.


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