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SÁHARA OCCIDENTAL

El atentado español en El Aaiún contra los marroquíes

En el DC-9 de Iberia que en febrero de 1976 sacó a los últimos españoles del Sáhara Occidental, alguien pintó la consigna "Viva el Frente Polisario". La misma frase decoró el Parador Nacional de El Aaiún, que a punto estuvo ser reducido a escombros unas semanas antes; no en un ataque marroquí ni en un atentado del Polisario, sino en una operación realizada por varios oficiales españoles al margen de sus mandos.


	En el DC-9 de Iberia que en febrero de 1976 sacó a los últimos españoles del Sáhara Occidental, alguien pintó la consigna "Viva el Frente Polisario". La misma frase decoró el Parador Nacional de El Aaiún, que a punto estuvo ser reducido a escombros unas semanas antes; no en un ataque marroquí ni en un atentado del Polisario, sino en una operación realizada por varios oficiales españoles al margen de sus mandos.

Los Acuerdos de Madrid, pactados a mediados de noviembre de 1975 entre España, Marruecos y Mauritania, establecían una administración de los tres Estados sobre el Sáhara durante unos meses; después España huiría con el rabo entre las piernas para dejar el territorio a los ocupantes. El Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro, un supuesto duro, formado en la represión de la posguerra y la policía, se desentendía así de su deber de permitir el referéndum de autodeterminación.

El 23 de noviembre, al capitán Vicente Bravo se le ordenó marchar con varios de sus legionarios hasta el puesto de Tah, fronterizo con Marruecos, para guiar hasta El Aaiún a las nuevas autoridades marroquíes. Éstas formaban una larga caravana. El coronel José Ramón Diego Aguirre dio los nombres de los principales: el gobernador adjunto, Ahmed Bensuda; el secretario de Estado de Interior, Dris Basri; el presidente de la Yemáa (Asamblea General del Sáhara), y traidor que se pasó a Marruecos, Jatri uld Said uld Yumani, y el coronel Dlimi, nombrado jefe de las Fuerzas Armadas Reales en el Sáhara. Les acompañaban 200 funcionarios, más decenas de policías y un grupo de periodistas, repartidos en 60 vehículos.

Los virreyes de Hassán II

Que la conquista del Sáhara era capital para la monarquía alauita se comprueba con el destino posterior de tres de los personajes arriba citados. Ahmed Bensuda fue uno de los consejeros reales más cercanos a Hassán II, hasta el punto de que ejercerá tareas de embajador personal. Cuando en 1989 se constituyó la Unión del Magreb Árabe, entre Argelia, Marruecos, Libia, Túnez y Mauritania, Bensuda leyó el documento de proclamación.

El policía Dris Basri acababa de ser ascendido (1974) a secretario de Estado de Interior cuando su señor le mandó a El Aaiún, donde aplicó a los saharauis los métodos de represión que ya habían padecido miles de marroquíes. Lo hizo tan a gusto de Hassán II que en 1979 ascendió a ministro de Interior; fue el valido real hasta que Mohamed VI lo destituyó, en 1999. Entonces Basri se marchó a París. Murió en 2007, pero antes reveló secretos de palacio, como el apoyo marroquí a los terroristas islámicos en Argelia.

El general Ahmed Dlimi se convirtió en el sustituto de Mohamed Ufkir, general palaciego de Hassán y de su padre Mohamed V hasta que encabezó un golpe de estado en agosto de 1972 y cometió, según la versión oficial, un suicido de fidelidad, avergonzado por no haber evitado la revuelta. Dlimi dirigió la ocupación del Sáhara y la construcción de los muros que aislaban la zona controlada por Marruecos de la dominada por los saharauis. Se le llegó a considerar el segundo hombre más poderoso del reino. Murió en enero de 1983, en un sorprendente accidente de coche en Marraquech. El Ministerio de Información de la República Árabe Saharaui Democrática aseguró que su muerte fue "un asesinato, destinado a decapitar a las fuerzas armadas marroquíes" para impedir que se convirtieran en "una alternativa de poder frente a la monarquía".

Los jefes de la misión marroquí escogieron como residencia el Parador Nacional de El Aaiún. Se cuenta que Jatri uld Said uld Yumani permaneció durante varias semanas dentro del recinto para evitar un linchamiento o una agresión por parte de sus compatriotas.

Un periodista que traicionó a la fuente

Enseguida empezaron los abusos de los nuevos amos: palizas y torturas a los saharauis, saqueos de viviendas y locales, amenazas a españoles... Todo fue documentado por los funcionarios españoles.

La inteligencia del Gobierno de Madrid hizo que conviviesen con los ocupantes los mismos militares que se habían preparado para combatirlos y que habían sufrido ataques de bandas marroquíes infiltradas a través de la frontera.

En una fecha indeterminada, con los marroquíes asentados en El Aaiún, se descubrió un complot para volar el parador. Según el coronel Diego Aguirre, presente en el Sáhara en 1975, se trataba de

cargas explosivas adosadas a bombonas de butano, así como granadas de mortero en una de las habitaciones, preparado todo para un atentado contra el cuartel general de Bensuda, Basri y sus colaboradores. La grave amenaza es obra de militares españoles.

El gobernador general español, general Federico Gómez de Salazar, desbarató el plan.

El medio por el que las autoridades españolas se enteraron del atentado fue un periodista del diario Informaciones, Ángel Luis de la Calle. Tal como éste contó en un reportaje publicado en El País en 2001, un comandante artillero, Ricardo Ramos, le había pedido varias veces que le dejara su cuarto, pero no para encuentros amorosos, como él sospechaba, sino para "examinar, desde dentro, el escenario de la acción".

Más tarde, Ramos y el sargento artificiero Fabregat comunicaron a De la Calle que habían elegido su habitación, en la primera planta,

para situar una de las cargas explosivas, cuyo efecto sería completado con otras que colocarían en la batería de bombonas de butano ubicadas en un patio del parador, lindante con las cocinas.

Ramos le encargó que avisase al director del parador para que se evitaran daños a españoles y saharauis. Esa confianza fue un error: Ángel Luis de la Calle viajó a Madrid para contarle el plan a su director, Jesús de la Serna. Y éste, de alguna manera, transmitió lo que sabía a las autoridades civiles y militares.

"La mecha está encendida"

A las siete de la mañana del día convencido, estaba todo preparado: el instituto de enseñanza y las viviendas de los alrededores estaban vacíos, y sólo faltaba evacuar a siete camareras españolas para que los conjurados encendieran la mecha. Entonces se presentó una patrulla de la Policía Militar al mando de otro comandante, que dijo a Ramos y Fabregat que las españolas no saldrían hasta que desactivasen el mecanismo. Ramos replicó que la mecha ya estaba encendida, lo que no era cierto.

Al final, los conspiradores cedieron y desactivaron las bombas. Los dos militares cumplieron un arresto de sólo unos días de duración, cuando, por la gravedad del delito frustrado, que podía haber desencadenado una guerra, les podían haber fusilado. Semejante benignidad demuestra que los generales comprendían a sus subordinados, o bien que no querían que, con unas sanciones más duras, interviniesen abogados y auditores.

Quienes conocen la mentalidad de los marroquíes están convencidos de que el asesinato de los enviados del rey Hasán II quizás habría impedido el relevo pacífico en el Sáhara... y en consecuencia la Transición habría sido distinta.

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