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LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA

El NSC-68. Los Estados Unidos endurecen su estrategia

Cuatro años después de haber lanzado los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki sendas bombas atómicas, la URSS realizó su primera prueba, el 29 de agosto de 1949.


	Cuatro años después de haber lanzado los Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki sendas bombas atómicas, la URSS realizó su primera prueba, el 29 de agosto de 1949.

Fueron cuatro años de monopolio nuclear norteamericano. Durante este período, los Estados Unidos pudieron compensar la abrumadora superioridad del enemigo en fuerzas convencionales con la amenaza de barrer del mapa sus principales ciudades. No obstante, lo cierto es que los Estados Unidos no dispusieron jamás, durante esos años, de un arsenal verdaderamente considerable. Las bombas atómicas lanzadas en agosto de 1945 eran las únicas fabricadas hasta el momento, y los norteamericanos tardaron meses en tener más. En la primavera de 1947 apenas tenían catorce, difíciles de transportar y sin montar. En octubre de 1948 el total no pasaba de sesenta.

Las oportunidades de bombardear las ciudades soviéticas las basaban los estrategas norteamericanos en el bombardero B-29, la fortaleza volante. Este avión podía volar a gran altura y, saliendo de bases europeas, podía alcanzar ciudades rusas. Existían problemas que resolver en el caso de que tales bombardeos se hicieran necesarios, como los que representaban las capacidades antiaéreas soviéticas y la necesidad de transportar las bombas a Europa. Se calculó que, antes de que cualquier ciudad rusa pudiera ser bombardeada, el Ejército Rojo estaría en condiciones de llegar hasta el Rin. Sin embargo, incapaces los europeos occidentales y los norteamericanos de hacer frente al coste de un ejército convencional equivalente al soviético (tres millones de hombres en tiempos de paz... y 12 en caso de movilización), no tenían otra alternativa que confiar en que la amenaza de un contraataque nuclear fuera suficiente para disuadir a los soviéticos de la tentación de sacar ventaja de su abrumadora superioridad convencional.

En esta situación, la política de contención diseñada por George Kennan y elevada a la categoría de doctrina por Truman, con los convenientes adornos idealistas tan propios del partido demócrata, pareció suficiente. El objetivo de esta estrategia era evitar que nuevas naciones cayeran bajo la órbita comunista de la Unión Soviética. Los medios para impedirlo serían, primero, la ayuda económica a aquellos países que, por sus condiciones de pobreza, estuvieran más amenazados de padecer una revuelta comunista. Si esto no fuera suficiente y la intentona comunista finalmente se produjera, se amenazaba con intervenir militarmente en ayuda de las fuerzas locales no comunistas. Y si la URSS caía en la tentación de un asalto total con sus propias fuerzas, entonces los Estados Unidos responderían con el bombardeo atómico.

La estrategia tuvo éxito en Europa Occidental porque el Plan Marshall extrajo las condiciones que favorecían el crecimiento del movimiento comunista y porque el nacimiento de la OTAN dio credibilidad al compromiso norteamericano de defender a sus aliados hasta las últimas consecuencias. En otros lugares las cosas no fueron tan bien. En primer lugar, Truman fue incapaz de impedir que China se convirtiera en un país comunista, en principio, aliado de Moscú. Y eso, a pesar de haberse comprometido Stalin a no reconocer a otro gobierno que no fuera el del Kuomintang y a no ayudar a los comunistas, y haber luego cumplido escrupulosamente su promesa. En el hemisferio occidental, el presidente norteamericano negó a las inestables repúblicas latinoamericanas un segundo Plan Marshall, probablemente necesario para compensar la caída de ingresos que el fin de la guerra trajo consigo. En 1950 Indochina, Indonesia y todo el sudeste asiático parecía estar abocado a convertirse al comunismo siguiendo la estela china. Estados Unidos no podía consentirlo, no sólo por exigirlo así la estrategia de contención, sino porque esa era la región de donde el derrotado Japón tendría que extraer las materias primas necesarias para su recuperación económica, tras haber perdido sus posesiones en Manchuria, China y Corea. En Latinoamérica, unos pocos años más tarde, durante la década de los cincuenta, la incapacidad de las elites locales y la torpeza de Truman provocó un rosario de revoluciones comunistas que no siempre los Estados Unidos lograron sofocar... y cuando lo hicieron fue a costa de una grave pérdida de prestigio en el continente y en el resto del mundo.

La URSS se hace con la bomba

El caso es que a finales de 1949 el panorama estratégico se había ensombrecido notablemente para los norteamericanos. La URSS tenía la bomba atómica y China se había perdido para Occidente. A principios de 1950 Truman alcanzó el convencimiento de que la estrategia de contención diseñada por George Kennan se había quedado obsoleta. Todavía se contaba con la ventaja de que la URSS carecía de medios para bombardear ciudades norteamericanas, pero se creía que no tardaría en tenerlos (en 1949 entró en servicio el Tu-4, bombardero de largo alcance copia de tres B-29 que habían tenido que hacer aterrizajes de emergencia durante la guerra en territorio soviético y que los rusos no devolvieron). Durante unos pocos años Washington podría conservar una superioridad estratégica similar a la de la era del monopolio nuclear, pero era evidente que no duraría. Era por lo tanto necesaria una nueva estrategia.

El diseño de esta nueva estrategia había de corresponder al recién creado Consejo de Seguridad Nacional (NSC). George Kennan, que ya había sido cesado como director de Planeamiento Político pero que se mantenía en el Departamento de Estado como asesor, se opuso a un cambio de estrategia. Creía que, aunque a largo plazo, el objetivo de Stalin pudiera ser la revolución mundial; a corto, en cambio, tan sólo estaba preocupado por conseguir para su país el máximo grado de protección asegurándose el control de las regiones que lo rodeaban, pero sin pensar en extender su poder mucho más allá.

Dean Acheson, que había sustituido a George Marshall al frente del Departamento de Estado, no era de la misma opinión. Al frente de Planeamiento Político situó a un hombre más próximo a sus ideas, Paul Nitze, quien creía, como él, que Stalin tenía el propósito de conquistar el mundo y que el único modo de impedirlo era asegurar la superioridad militar norteamericana: no era suficiente la mera contención, apoyada sobre todo en la acción diplomática y en la ayuda económica a los países más amenazados.

La posición de Nitze no era tan diferente a la de Kennan. Ambos creían en la naturaleza intrínsecamente expansiva del régimen soviético y los dos estaban convencidos de la necesidad de contener esa expansión. En lo que diferían era en el pronóstico acerca del ritmo que esa expansión tendría en el futuro: Kennan creía que sería moderado y Nitze, en cambio, que frenético. En consecuencia, también estaban en desacuerdo sobre el modo en que había que hacer frente a esa expansión: Kennan apostaba por la acción diplomática, respaldada por la resolución de intervenir militarmente cuando fuera necesario, mientras Nitze pensaba que lo que había que hacer era mantener a toda costa la superioridad militar, porque si la URSS llegara a sentirse superior todo estaría perdido.

El NSC-68

Paul Nitze fue, pues, quien llevó a cabo el diseño de la nueva estrategia, con las ideas de Dean Acheson y a solicitud de Truman. El documento que la recogió es el más famoso de toda la Guerra Fría, más incluso que el Telegrama Largo de Kennan.

Se trata del NSC-68. En este documento, remitido a Truman en abril de 1950, se concluía que la URSS haría cuanto pudiera para conquistar el mundo, y que era necesario que los Estados Unidos se rearmasen cuanto fuera necesario para conservar su superioridad militar. Ello implicaba afrontar el costosísimo desarrollo de la bomba de hidrógeno, con un poder cien veces superior a las bombas atómicas; incrementar las fuerzas de tierra, mar y aire, lo que pasaba por reclutar más soldados, lo que era muy exigente, habida cuenta de que el reclutamiento había vuelto a ser obligatorio desde 1948; aumentar la producción industrial de armamento y triplicar el presupuesto anual de defensa.

Cuando, en la primavera de 1950, el NSC-68 fue distribuido entre los miembros de la administración Truman, las opiniones fueron contradictorias. Sin embargo, para el presidente el problema no se limitaba a decidir si la propuesta iba o no en la dirección correcta. En realidad, Truman se hallaba en medio de un fuego cruzado del que no sabía cómo salir. La victoria comunista en China le había granjeado el odio del poderoso lobby chino estadounidense. Además, los republicanos habían encontrado en este fracaso un modo sencillo de atacarle. La idea de que los rusos tenían la bomba había aterrorizado a muchos estadounidenses. Y, encima, en febrero de 1950 el senador por Wisconsin Joseph McCarthy dio el pistoletazo de salida a la caza de brujas con un discurso en el que acusó a la administración Truman de tener el Departamento de Estado infestado de comunistas. Por otro lado, la misma oposición republicana que le acusaba de ser blando con los rojos le exigía recortes presupuestarios y bajadas de impuestos, de forma que, si seguía con la política aconsejada por Kennan, donde eran posibles fracasos como el sufrido en China, continuaría siendo atacado por débil, y si emprendía la política aconsejada por el NSC-68 se vería puesto en la picota por incrementar el gasto público y obligar a subir los impuestos.

En esta disyuntiva estaba el presidente, sin saber por qué decidirse, cuando Pyongyang le ofreció la solución en bandeja. El 25 de junio de 1950, tropas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur. Todo parecía indicar que los comunistas, ya con la bomba atómica, estarían dispuestos a incrementar su agresividad y poner en práctica su ideal expansionista. Con independencia de que fuera realmente así, que es cosa discutible, no puede extrañar que en Washington la agresión fuera contemplada como una prueba de Moscú para comprobar si sus enemigos estaban tan resueltos a intervenir militarmente como decían.

La invasión no sólo despejó las dudas de Truman, también removió los obstáculos que el presidente temía encontrar en el Congreso cuando se presentara allí proponiendo un brutal aumento de los gastos de defensa. Así fue como el NSC-68 pasó del papel a la práctica, la Guerra Fría se tornó en caliente en una parte del mundo y el conflicto global emprendió una escalada que nadie sabía adónde conduciría. Habían terminado los tanteos y las cosas empezaron a ponerse realmente serias.

 

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