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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

El olvidado Álvarez del Vayo

Yo tenía veintidós años y estaba en París cuando mi amigo Robert Dreyfus, del PCF y sin relación alguna con los Dreyfus ricos, me lo señaló en la terraza de un café. "Ése es Álvarez del Vayo", me dijo en voz baja, como si en Francia fuese necesario el tono discreto que esas cosas requerían en España.


	Yo tenía veintidós años y estaba en París cuando mi amigo Robert Dreyfus, del PCF y sin relación alguna con los Dreyfus ricos, me lo señaló en la terraza de un café. "Ése es Álvarez del Vayo", me dijo en voz baja, como si en Francia fuese necesario el tono discreto que esas cosas requerían en España.
Álvarez del Vayo.

Robert amaba España, escribió mucho sobre la Guerra Civil, entrevistó a más de un célebre exiliado y los miraba en una forma casi mística. Yo era un ignorante, seguro de que la versión republicana –que era esencialmente la comunista– de la Guerra Civil era la única correcta. Y creía saber quién era Álvarez del Vayo, socialista mítico, fundador de la editorial España, cuya edición de Sin novedad en el frente, de Remarque, se conservaba en mi casa de Buenos Aires, donde había también libros de Cenit, el sello de Jiménez Siles, de la CIAP, de Zeus y de Editorial Madrid, todas más o menos relacionadas por la pertenencia de los editores al grupo de la revista Post-Guerra. En idas y venidas, aún me quedan algunos ejemplares de entonces.

Como decía, yo era un ignorante, absolutamente incapaz de reconocer en todo aquello los matices políticos, que eran los que, en última instancia, marcaban la proliferación editorial. Álvarez del Vayo era para mí un intelectual revolucionario, primero intelectual y después revolucionario. Lo miré con emocionada estima, pues, y me quedé para siempre con su cara de viejo boxeador maltratado y miope.

Entre las muchas cosas que desconocía estaba el hecho de que el sello Madrid lo había creado él, en compañía de Luis Araquistáin y Juan Negrín. No eran socios menores, sobre todo el segundo. Tampoco sabía que Largo Caballero había dicho de él que "se titulaba socialista" pero se hallaba "incondicionalmente al servicio del Partido Comunista", afirmación llena de verdad, y que también podía haber servido para definir a Negrín. Nunca se había llevado bien con Largo Caballero, desde su oposición a la colaboración con Primo de Rivera en eso que aún se llama "la dictadura" (es difícil deshacerse de las etiquetas históricas).

En efecto, Álvarez del Vayo era un incondicional admirador de la URSS, como demostró en sus libros La nueva Rusia, crónica de dos viajes a la república de los sóviets (1922 y 1924), y en Rusia a los doce años, fruto de una nueva incursión, hecha en 1928. Pero no era hombre de ortodoxias, de modo que siempre se mantuvo a un lado de las grandes corrientes, y muchos años después de la Guerra Civil se adscribió a la línea maoísta, dejando constancia de ello en otro libro de turismo político, China vence, reportaje de 1962.

Pese a su aparente rusticidad, Álvarez del Vayo era un hombre culto, que escribía fluidamente el inglés: había estudiado en la London School of Economics, después de doctorarse en Derecho en Valladolid, y colaboraba con The Guardian. Fue corresponsal durante la Gran Guerra, cuando aún no había una clara definición del destino de las izquierdas, para La Nación de Buenos Aires y El Liberal y El Sol de Madrid. En la República fue diputado, embajador en México y, ya en la Guerra, comisario general del Ejército y dos veces ministro de Estado.

Acompañó a Carrillo en la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas, lo que venía a dar la razón a Largo Caballero, pero no era éste su bestia negra: quien de verdad irritaba a Álvarez del Vayo era Julián Besteiro, con su insistencia numantina en permanecer en Madrid cuando ya el gobierno se había trasladado en pleno a Valencia. Hizo todo lo que estuvo a su alcance para retirarlo de la capital, hasta ofrecerle la embajada en Buenos Aires, sin éxito.

Nunca se apartó de Negrín. Ya en el exilio, en 1946, ambos fueron expulsados, junto a otros treinta y cinco militantes, entre ellos Max Aub y Amaro del Rosal, por la radicalidad de sus posiciones. Eran los comienzos de la guerra fría, y todo lo que oliera a ruso fue segregado por los socialdemócratas. Pero no se quedó quieto, sino que se lanzó a fundar un partido alternativo, la Unión Socialista Española, que derivó en el Frente Español de Liberación Nacional. Las simpatías prochinas de Álvarez del Vayo lo acercaron al Partido Comunista de España (marxista-leninista), en disidencia con la línea de reconciliación nacional de Carrillo. El PCE (m-l) fue protegido por China hasta 1976, cuando la muerte de Mao determinó cambios profundos en la política de aquel país; entonces pasaron a la línea albanesa o enverista (por Enver Hoxa], pero Álvarez del Vayo había muerto en mayo de 1975 y no presenció esa deriva.

Lo importante de todo ese movimiento fue que de la alianza entre el FELN y el PCE (m-l) surgió nada más ni nada menos que el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota, el FRAP, que acabó con la vida de varios miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, y de unos cuantos de sus propios militantes.

Algo menos de dos años después de que yo lo viera en aquella terraza de París, en enero de 1971 y en la misma ciudad, en un piso propiedad de un íntimo amigo de Álvarez del Vayo, Arthur Miller (sí, él), el político se reunió con los del PCE (m-l) y acordó con ellos los puntos programáticos de lo que sería, dos años más tarde, el FRAP. El 24 de setiembre de 1973 se celebró en la capital francesa la Conferencia Nacional de dicha organización, en la que se eligió presidente a Álvarez del Vayo.

El FRAP tuvo una vertiente pública y otra clandestina. En la pública destacó la Unión Popular de Artistas (UPA), a la que se sumaron desde Alfonso Sastre hasta Patxi Andión, pasando por alguien tan inesperado como la actriz Amparo Muñoz, y que dio lugar, entre otras cosas, a la revista Viento del Pueblo.

En el lado clandestino militaba otra gente. Recordamos a Xosé Humberto Baena Alonso, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz porque, tras ser sometidos a un consejo de guerra, junto a los miembros de ETA Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui, fueron fusilados (los cinco) el 27 de setiembre de 1975, menos de dos meses antes de la muerte de Franco y casi seis después de la de Álvarez del Vayo.

La creación misma del FRAP, su actividad terrorista y las posteriores ejecuciones fueron tal vez el último episodio de la Guerra Civil, y está claro que Álvarez del Vayo tuvo responsabilidad directa en ello. De modo que a nadie en el PSOE de la Transición se le ocurrió revisar su expulsión del partido: habían tenido razón en 1946, la razón que les daba la historia posterior.

Sin embargo, y como prueba de que el PSOE de Zapatero poco tiene que ver con lo reivindicable del papel del partido en la Transición, el 24 de octubre de 2009, aplicando una resolución del 37º Congreso Federal, de julio de 2008 (que se convocó en la euforia de la reelección del presidente que padecemos), Álvarez del Vayo fue readmitido a título póstumo, junto a los demás expulsados de 1946, Juan Negrín en primer término (¡también el pobre Max Aub!). Puritita memoria histórica.

 

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