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ESTADOS UNIDOS

España, un lastre en la carrera presidencial de Kennedy

En su campaña para la presidencia de Estados Unidos, John Kennedy tuvo que luchar contra el prejuicio católico de muchos de sus compatriotas, que le consideraban poco de fiar por sus creencias religiosas. Kennedy llegó a pedir ayuda al régimen franquista.


	En su campaña para la presidencia de Estados Unidos, John Kennedy tuvo que luchar contra el prejuicio católico de muchos de sus compatriotas, que le consideraban poco de fiar por sus creencias religiosas. Kennedy llegó a pedir ayuda al régimen franquista.

Un católico puede presentarse en los estados sureños y obtener votos, también puede ser miembro del Tribual Supremo y hasta presidente del país sin que nadie se escandalice. Sin embargo, hasta hace cincuenta años el odio al catolicismo en Estados Unidos era un factor social muy importante, que permitía dividir a los ciudadanos en buenos y malos. Y no importaba que entre los firmantes de la Declaración de Independencia hubiese un católico (Charles Carroll, de Maryland) y que miles de católicos sirviesen durante décadas en el Ejército, la Armada y la Administración sin ningún problema.

La fe católica fue determinante en la derrota del candidato demócrata Alfred Smith, gobernador de Nueva York, en las elecciones de 1928. Smith fue el primer candidato católico presentado por uno de los dos grandes partidos. Su fracaso pesó tanto en el establishment que el siguiente candidato católico tardó más de 30 años en aparecer.

En 1959 ya sonaba el nombre de John Kennedy como presidenciable por el Partido Demócrata. Pese a su juventud, 42 años, tenía como avales su experiencia como diputado y senador, su heroicidad en la Segunda Guerra Mundial y los contactos y la fortuna de su padre. En contra, su catolicismo, que si bien podía hacerle ganar votos en unos estados, podía restárselos en otros.

Kennedy pide un favor a Madrid

José María de Areilza, embajador de España en Estados Unidos entre 1954 y 1960, cuenta en su libro Así los he visto que el senador Kennedy le pidió una entrevista en 1959. En ella le explicó que, de ser propuesto como candidato presidencial,

no dejaría de producirse una insidiosa campaña contra él por ser católico, y utilizando entre otros argumentos el de la España confesional, cuyo régimen y legislación, inspirados precisamente en el catolicismo, mantenían una situación evidente de discriminación religiosa hacia las comunidades, capillas y templos de confesión evangélica.

Kennedy le dijo que en una reunión de obispos metodistas le preguntaron varias veces sobre la falta de libertad religiosa en la España oficialmente católica. En consecuencia, le preguntó

si no se podría hacer algo por remediar ese estado de cosas que, aparte de considerarlo injusto, causaba a España un evidente daño en la imagen que tenía ante la opinión pública de Estados Unidos y significaría para su propia candidatura un obstáculo nada despreciable en la dialéctica interna de la lucha electoral.

Y el senador añadió que en un país de raíz protestante las otras religiones habían sido reconocidas y respetadas sólo "de mala gana".

Pocos días después, en una fiesta en la embajada de España en la que el cardenal Spellman recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, se presentó junto con el nuncio el cardenal Giovanni Montini, que sería elegido papa en 1963. Éste se encontraba en el país "en una misión confidencial". En el acto diplomático, Montini y Kennedy hicieron un aparte. Areilza cuenta que más tarde supo que

uno de los objetivos de su viaje era precisamente evitar que la Iglesia católica norteamericana tomase públicamente partido global por la candidatura del presidente católico, lo cual habría dado al traste con la política seguida por la Santa Sede en aquel país que seguía viendo con notable recelo al papismo romano.

El régimen español apenas hizo algo por atender los ruegos del senador John Kennedy. Los protestantes, a diferencia de los judíos y los musulmanes, estaban mal vistos por el Gobierno franquista.

Las respuestas de Kennedy a las sospechas protestantes

Como había temido Kennedy, el asunto de la religión fue parte del debate de las primarias.

El senador Hubert Humphrey, que compitió con él por la candidatura demócrata, no tuvo escrúpulos en emplear la religión como argumento electoral. Por ejemplo, adoptó como lema de su campaña el siguiente: Dadme la religión tradicional. Peter Collier y David Horowitz, biógrafos de la familia Kennedy, escribieron:

Era una ironía que Jack tuviera que afrontar ese tema, teniendo en cuenta su actitud distanciada ante los sacramentos.

En la campaña de las primarias del Partido Demócrata en Virginia Occidental, Kennedy recurrió a su oratoria para romper el prejuicio y devolverlo, como una pelota, contra sus adversarios:

Nadie me preguntó si era católico cuando me enrolé en la Marina de Estados Unidos. Nadie preguntó si mi hermano era católico o protestante antes de que subiera al bombardero en que voló en su última misión.

Otro párrafo famoso lo pronunció en un programa de televisión como respuesta a la pregunta de qué opinaba de la separación entre las iglesias y el Estado:

Si un presidente quebranta su juramento, no sólo comete un delito contra la Constitución, por el que el Congreso puede y debe impugnarle, sino que también comete un pecado contra su Dios.

Una victoria muy ajustada

En las elecciones presidenciales celebradas en noviembre 1960, Kennedy llevó como vicepresidente al senador Lyndon Johnson; para amarrar votos en el Sur, debido a su condición de texano y de miembro de los Discípulos de Cristo, un culto protestante caracterizado por su laxitud. Enfrente tuvo a Richard Nixon, cuáquero, que además presentó como vicepresidente a Henry Cabot Lodge, exsenador por Massachusetts que pertenecía a la oligarquía protestante que había controlado dicho estado hasta que la colonia irlandesa se organizó en el Partido Demócrata; además, Kennedy le había derrotado en 1952 en las elecciones para el Senado federal.

La victoria de la candidatura Kennedy-Johnson fue por un puñado de votos populares, casi 120.000. En estados importantes por su peso en el colegio electoral, como Texas (24 compromisarios) e Illinois (27 compromisarios), la papeleta demócrata quedó primera por unos pocos miles de votos. Al final del recuento de los votos de los residentes, Kennedy ganó en California (32 compromisarios) por 36.000 papeletas, pero casi dos semanas después, cuando se contaron los votos por correo, las tornas cambiaron: Nixon se llevó su estado natal por 37.000 sufragios.

Libertad religiosa siete años después

Las relaciones entre la Administración Kennedy y el Gobierno franquista fueron malas. El primer presidente católico de Estados Unidos empleó maneras frías con el general Franco, en contraste con el respaldo que éste obtuvo de Eisenhower y Nixon, que no eran católicos. Quizá esta diferencia de trato no se debiese sólo a la faceta progresista de la política de Kennedy en Europa (respaldo a partidos democristianos y socialdemócratas frente a los conservadores y nacionalistas), combinada con la guerra de Vietnam y los planes para derrocar a Fidel Castro, sino a la falta de ayuda que recibió del franquismo durante la campaña electoral.

El régimen español levantó las trabas a los protestantes después de la declaración sobre la libertad religiosa hecha por la Iglesia en el Concilio Vaticano II, mediante la Ley de Libertad Religiosa de 1967. El franquismo hizo lo que le había pedido Kennedy siete años después, con lo que perdió una magnífica ocasión para estrechar relaciones con su principal aliado.

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