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EL DINERO AMERICANO EN LA LUCHA POR LA LIBERTAD

Gracias, CIA

Abril de 1967 fue un mes clave para los estrategas soviéti­cos de la Guerra Fría: la revista norteamericana Ramparts disparó un misil contra la línea de flotación de la socie­dad abierta al revelar que la CIA financiaba al Congreso por la Libertad de la Cultura.


	Abril de 1967 fue un mes clave para los estrategas soviéti­cos de la Guerra Fría: la revista norteamericana Ramparts disparó un misil contra la línea de flotación de la socie­dad abierta al revelar que la CIA financiaba al Congreso por la Libertad de la Cultura.

Ramparts, precursora de Wikileaks, desempeñó, al servicio de la izquierda radical seducida por el Vietcong, el mismo papel que fray Girolamo Savonarola había desempeñado contra los papas y los nobles, en su mayoría libertinos y corruptos, que hicieron florecer las artes y las letras con su mecenazgo durante el Renaci­miento. Ramparts puso en la picota a los intelectuales y artistas más brillantes del siglo XX, así como Savonarola había enviado a la hoguera a los de su época. Aviso para navegantes: Savonarola fue ahorcado e incinerado en la pla­za pública ante una multitud desbordante de júbilo.

Naturalmente, los espías, agentes dobles y soplones que operan en el submundo de la revelación de secretos de Esta­do tienen sus propios trapos sucios ocultos en el armario. Algún día se conocerán los de Julian Assange y su informan­te, el soldado Bradley Manning, pero los de los editores deRamparts, Peter Collier y David Horowitz, los sacaron a luz ellos mismos al explicar el motivo de su conversión al liberalismo: la contable de la revista les advirtió de que los Panteras Negras la financiaban mediante el tráfico de drogas y estafas varias, y poco después apareció muerta en la bahía de San Francisco. Indignados por el asesinato de su colaboradora, Collier y Horowitz rompieron con sus patro­cinadores y con todo lo que éstos representaban.

Desencantados y asqueados

Muchos intelectuales democráticos y liberales, entre los que había, sobre todo, ex comunistas desencantados, inclu­so asqueados, por las purgas de Moscú, la apropiación ale­vosa de la causa republicana en España, el pacto entre Hitler y Stalin y la existencia de campos de concentración en la URSS, sus satélites y China, resolvieron unirse para lanzar una campaña de esclarecimiento. Así nacieron el Con­greso Norteamericano por la Libertad de la Cultura –del que formaban parte, entre otros, Sidney Hook, Arthur Schlesinger Jr., Daniel Bell, W. H. Auden, Ralph Ellison y Norman Thomas– y el Congreso por la Libertad de la Cultura, de envergadura mundial, que se constituyó en Berlín en junio de 1950, patrocinado por el alcalde Ernst Reuter y el líder socialdemócrata Willy Brandt, con Arthur Koestler como fi­gura estelar.

El CLC publicó revistas en las que colabora­ban los intelectuales más respetados del ámbito no comunis­ta: Encounter, en inglés; Preuves, en francés; Cuadernos, en castellano, dirigida por Julián Gorkin; Der Monat, en alemán, y Tempo Presente, en italiano. También puso en cir­culación dos boletines contra la censura, que se ocupaban tanto de los casos ocurridos en el mundo libre como de los sucedidos en el mundo totalitario.

Sidney Hook reseñó en su libro Out of Step algunas de las actividades de la rama norteamericana:

El Comité com­batió los excesos de la ley McCarran que prohibía la entra­da en Estados Unidos no sólo de los miembros actuales del Partido Comunista, sino igualmente la de los ex miembros. Dado que algunos de estos últimos eran los anticomunistas más informados y eficaces que estaban disponibles para fines educacionales, la ley tuvo algunos efectos aberrantes. Entre las figuras eminentes a las que el Congreso ayudó a superar los obstáculos impuestos por los burócratas del Servicio de Inmigración estuvieron Arthur Koestler, Michael Polanyi y Czeslaw Milosz.

Desembolsos a fondo perdido

La lista de los intelectuales de primer orden que partici­paron, con las controversias y discrepancias propias de una sociedad abierta y plural, en las actividades del Congre­so por la Libertad de la Cultura es infinita. Y aunque pa­rezca mentira, la más completa síntesis de su número, reputación e incansable actividad pedagógica se encuen­tra en un libro envenenado por las calumnias contra la ins­titución y sus integrantes. Se trata de La CIA y la guerra fría cultural, de la inglesa Frances Stonor Saunders (Deba­te, Madrid, 2001). En él encontramos una descripción minu­ciosa (y maliciosa) de la vida interior del CLC: su compo­sición, sus reuniones, conferencias y publicaciones; los honorarios de sus ejecutivos, los viajes de sus invitados; exposiciones de arte, conciertos, representaciones teatrales, producción de películas y ediciones de libros. Y siempre, entre bastidores, los caudales de la CIA.

Sartre.Entrevistada por la prensa, la autora aludió a las "re­velaciones" de su libro en términos apocalípticos, aunque de la lectura del texto surge la imagen de una CIA bienhecho­ra, a la que Europa y el resto del mundo deberían agradecer sus ingentes desembolsos a fondo perdido. El resultado fue la eclosión cultural de Occidente en el marco de la Guerra Fría, eclosión ésta programada para contrarrestar la ofensiva de tramoyas por la paz, contra el im­perialismo y en favor del internacionalismo proletario que montaban los jerarcas del Cominform, con el gulag como te­lón de fondo. El CLC no era una entidad depredadora ni exterminadora, sino una barrera contra el avance de la quin­ta columna intelectual que encabezaban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, seguidos por Louis Aragon, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y otros rapsodas del estalinismo, siem­pre bajo la mirada vigilante de Ilya Ehrenburg y adornados con la ubicua paloma de Pablo Picasso.

El libro de Frances Stonor Saunders destila odio con­tra pensadores y escritores de la talla de Bertrand Russell, Benedetto Croce, Salvador de Madariaga, Isaiah Berlin, Arnold Toynbee, Albert Camus, Arthur Koestler, George Orwell, Herbert Read, John Dos Passos, Ignazio Silone y el resto de la constelación intelectual democrática del siglo XX. Rescata, además, la retórica de Savonarola y las técnicas propagandísticas del nazi Goebbels y el comunista Zhdanov para demonizar a lo que estos dos últimos catalogaban como "el arte y los artistas degenerados". Mediente argumentos ad hominemque avergonzarían a sus colegas menos sectarios, dispara acusaciones de homosexualidad, alcoholismo, drogadicción, enfermedad mental e, incluso, fealdad física. To­do ello con nombres y apellidos. Y cuando se le agota el arsenal de infamias desliza insinuaciones sobre complici­dades mercenarias. No perdona ni siquiera a Arthur Miller, Carlos Fuentes, Wole Soyinka, Hannah Arendt, Saul Bellow, Raymond Aron, André Malraux, Mary McCarthy, Kenneth Galbraith, Robert Oppenheimer y, en general, todos los intelectuales que no tenían billete pagado a Moscú, Pekín o La Habana.

El paraguas protector

España ocupa un lugar secundario en la alcantarilla de Fran­ces Stonor Saunders. Se recrea en la denigración de Julián Gorkin, el director de Cuadernos, y recuerda que cuando Benedetto Croce murió, en 1952, Salvador de Madariaga lo sus­tituyó en la presidencia del CLC. Eso sí, hace hincapié en la amistad de Madariaga con el general William Donovan, je­fe de la Oficina de Servicios Estratégicos, antecesora de la CIA. Y esto es todo. Si hubiera profundizado en la actua­ción del CLC en España habría llegado a la sorprendente conclusión de que éste desempeñó un papel vital en el pro­ceso de normalización democrática, hasta el punto de que se podría decir que este proceso discurrió inicialmente bajo el paraguas protector del CLC, que, a su vez, se ampa­raba bajo el de la CIA.

En su libro Las tres Españas del 36, Paul Preston cali­fica a Salvador de Madariaga de "Quijote de la política", y lo sitúa a la cabeza de esa tercera España que fue tan maltratada por las otras dos.

En el período de posguerra, sus actividades políticas se consagraron a la tarea simultánea de echar a Franco y de fomentar la unidad europea... Sin embargo, el decidido anticomunismo que profesaba menguaba su influencia sobre una oposición dominada por el Partido Comunista, efecto que también tenía su relación con el Congreso por la Libertad de la Cultura, del cual fue, durante un tiempo, presidente de honor y en cuya revista Cuadernos colaboró. Se había hecho amigo de Allen Dulles, director de la CIA, cuando Dulles era secre­tario general de la delegación norteamericana en la Socie­dad de Naciones, y la amistad continuó en los años cincuenta.

Preston señala, asimismo, que Madariaga

detestaba que la dictadura constituyera un obstáculo al ingreso de Espa­ña en Europa y la OTAN.

El artículo "La cultura española y la guerra fría", de Jordi Amat (La Vanguardia, "Cultura/s", 24/02/2010), aporta una versión ponderada y diametralmente opuesta a la de Fran­ces Stonor Saunders sobre el papel que desempeñó el CLC en los años 60, cuando "el dinero americano financió a un in­fluyente grupo intelectual del antifranquismo". Amat desta­ca la intervención de Julián Gorkin en la convocatoria de un movimiento vacunado contra la infiltración comunista y capaz de coordinar voluntades en favor de la transición ha­cia la democracia. Cuenta Amat que Gorkin le escribió a Ferrater Mora: "La única gente que no tiene ayudas en España es la gente liberal y democrática, por lo que hay que ofre­cerles un instrumento". La ayuda provino del CLC.

Homenaje a los visionarios

El comité español del CLC lo presidía, según refiere Amat, Pedro Laín Entralgo, con Josep Maria Castellet como secre­tario. La lista de los que los acompañaban y de los que se incorporaron más tarde es impresionante: José Luis Aranguren, Julián Marías, Dionisio Ridruejo, Lorenzo Gomis, Marià Manent, Buero Vallejo, Tierno Galván, José Luis Sampedro, En noviembre de 1959 se integraron en el consejo de honor del CLC español Bosch Gimpera, Pau Casals, Ferrater Mora, Jorge Guillén y Ramón J. Sender.

Dionisio Ridruejo fue uno de los portavoces más riguro­sos de este movimiento. En marzo de 1963 declaró en Copen­hague:

No exageraré si digo que Dinamarca representa para los demócratas españoles uno de los modelos de democracia más recomendables y envidiables de la Europa a la que Espa­ña –el otro extremo– quiere pertenecer... No pienso –cuando traigo aquí el testimonio de España– especular con la idea tópica de un pueblo heroico dispuesto a dar una vez más a la opulenta Europa un espectáculo trágico y conmovedor. No pienso, no creo y en cierto modo no deseo que el pueblo es­pañol deba recobrar su libertad y su derecho a ser feliz por una violenta explosión revolucionaria... Si algo tengo que pedir o aconsejar a nuestros amigos demócratas, en Di­namarca como en toda Europa, es que ayuden a poner a una luz racional el problema de España, no pidiendo al pueblo español heroísmos desmesurados o inhumanos, sino prestando atención al movimiento discreto pero progresivo de su nue­vo estado de conciencia.

Un hecho histórico se gestaba bajo la tutela del CLC. En 196O Madariaga, entonces presidente de la Internacional Liberal, habló con su homólogo de la Internacional Socialis­ta, Alsing Andersen, sobre la posibilidad de una reunión conjunta de los representantes de la oposición democrática antifranquista tanto de dentro como de fuera de España. El plan desembocó en la realización del IV Congreso del Movimiento Europeo, que se reunió en Múnich del 5 al 8 de ju­nio de 1962 con el objeto de discutir la situación españo­la bajo el lema "Europa y España". Allí se congregaron mo­nárquicos, católicos, ex falangistas, socialistas y nacio­nalistas vascos y catalanes. Hubo, lógicamente, tensiones, pero Madariaga consiguió aplacarlas de común acuerdo con José María Gil Robles, y finalmente se logró redactar un documento conjunto que sentaba las bases para la restauración democrática y la integración de España en Europa. En su discurso de clausura, un emocionado Madariaga afirmó:

La guerra civil terminó en Múnich anteayer, 6 de junio de 1962.

La prensa del régimen anatematizó el llamado "contuber­nio de Múnich", y el ministro de la Gobernación, general Camilo Alonso Vega, afirmó en las Cortes que los organiza­dores, con Julián Gorkin a la cabeza, habían recibido 75.000 dólares para montar aquel tinglado. Pocos sospechaban que había sido el largo brazo del amigo ameri­cano, llámese CLC o CIA, quien había aportado su grano de arena, o su bolsa de dólares.

Si la programación de la memoria histórica no estuvie­ra en manos de una camarilla de políticos sectarios y revanchistas, dedicaría un capítulo de homenaje a aquellos visio­narios que allanaron el camino para que España se integra­ra en Europa y en la OTAN, como soñaba Madariaga.

Un epitafio realista

Cuando el escándalo que provocó Ramparts hirió de muerte al Congreso por la Libertad de la Cultura y sus subsidiarias, Arthur Schlesinger Jr., veterano historiador, estrecho co­laborador del presidente John F. Kennedy y dirigente del CLC, escribió, a modo de epitafio realista:

Según mi expe­riencia, su liderazgo [el de la CIA] fue políticamente inte­ligente y correcto... Los movimientos sindicales no comunis­tas y los intelectuales no comunistas estaban sometidos a la presión más severa, inescrupulosa e incesante. Que el gobierno de Estados Unidos hubiera permanecido farisaicamen­te neutral en esas circunstancias me habría parecido mucho más bochornoso que el hecho de que hiciera lo que en verdad hizo: suministrar subsidios a estos grupos, valiéndose de intermediarios, para que hicieran mejor lo que de todos mo­dos ya estaban haciendo.

El historiador y ensayista húngaro François Fetjö lo corroboró:

Creo que el hecho de haber organizado la resis­tencia intelectual a la propaganda con el dinero norteame­ricano no disminuye para nada el mérito de una organización que respetaba, fueran cuales fueren las intenciones de sus patrocinadores, la total libertad de pensamiento de quienes colaboraban en sus actividades. Lo que resulta significativo y deplorable es que los espíritus libres de Europa no encontraran fuentes de financiación en sus propios países. El Congreso por la Libertad de la Cultura desempeñó en ese sentido la función de una especie de Plan Marshall intelec­tual.

Hoy, en un mundo convulsionado y caótico, donde Al Yazira parece llevar la voz cantante, y donde la Alianza de Civilizaciones y el multiculturalismo son los problemas y no las soluciones, echamos en falta, más que nunca, el Con­greso por la Libertad de la Cultura y, sobre todo, una CIA y una OTAN más dinámicas y eficaces.

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