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MAZZINI

Italia, mañana, será republicana

Giuseppe Mazzini murió solo y pobre en una sórdida habitación de la casa de unos amigos. En los últimos meses había utilizado un nombre falso para evitar que lo reconocieran. Todos le habían abandonado.  


	Giuseppe Mazzini murió solo y pobre en una sórdida habitación de la casa de unos amigos. En los últimos meses había utilizado un nombre falso para evitar que lo reconocieran. Todos le habían abandonado.  

Se sentía fracasado. La República en Italia era un fantasma, un sueño del pasado en el que ya nadie creía. Los días gloriosos de los Mil Camisas Rojas, con grandes discursos dirigidos al alma de los italianos entre el olor a pólvora y sangre, habían pasado. Los nombres de Víctor Manuel II, Garibaldi y Cavour llenaban las loas patrióticas. La unidad de la nación había finalizado, y el Partito d'Azione se había disuelto e integrado en la Monarquía. Le hubieran tomado por loco si, en aquellos últimos suspiros de su vida, hubiera creído que, 150 años después, la República italiana lo tendría como su Padre Fundador. Pero así es la política.

Mazzini nació en Génova, en el seno de una familia de clase media, en 1805, cuando aquella ciudad pertenecía al Imperio napoleónico. En la infancia recibió una doble influencia que le marcó el resto de su vida: el republicanismo girondino de su padre y la severidad moral de su madre. A pesar de que se licenció en Derecho, jamás ejerció, y se dedicó como muchos otros a conspirar. Así era el siglo XIX, en el que algunos podían vivir de la miseria del periodismo de oposición y de la sociedad secreta. El resultado fue la persecución policial y el exilio, donde siguió escribiendo y conspirando. Allí creó la Giovine Italia, un grupúsculo inspirado por las ideas nacionalistas y liberales del romanticismo.

Al estilo de los revolucionarios de la época, se dedicó a viajar por los países europeos más abiertos, como Francia, Suiza y Gran Bretaña. Animado por la idea de progreso, Mazzini albergaba la esperanza de una futura Europa de las naciones basada en la democracia, frente a la Europa de los reyes. Creó entonces una organización de ámbito continental llamada Giovine Europa para promover las revoluciones nacionales. Expulsado de Francia, se instaló en Londres, donde se dedicó a la propaganda y escribió sus Pensamientos sobre la democracia en Europa.

Proclamada la República en Roma el 12 de febrero de 1849, decidió volver a Italia. Encarcelado el papa Pío IX, luego gran enemigo del liberalismo, los republicanos pretendieron organizar un régimen capaz de extenderse por toda la Península. Formaron un triunvirato con Saffi, Armellini y Mazzini, quien desde el Gobierno intentó llevar a la práctica su ideal de un republicanismo social. Pero fueron las tropas de otra República, la francesa, las que acabaron con el sueño mazziniano en julio de 1849, cuando tomaron la ciudad y repusieron al Papa en su trono.

Mazzini volvió al exilio, pero ya nada fue lo mismo. A los italianos les había quedado la imagen de una República impuesta a sangre y fuego contra otros liberales, como así fue, y combatida por Europa. Parecía que la unidad italiana sobre la base de una República no era posible, mientras que la fórmula monárquica piamontesa comenzaba a dar sus primeros pasos. Sensible a los fracasos, durante diez años Mazzini estuvo en la sombra, hasta que la segunda guerra de la independencia contra Austria le sacó del ostracismo. Dedicó al conflicto largos artículos y enrevesadas conspiraciones republicanas, que no fraguaron. Tras el armisticio de Villafranca apareció en Florencia para organizar un plan de ocupación de Las Marcas, la Umbría y toda la Italia meridional. Era un nuevo experimento republicano. Nuevo fracaso y nuevo exilio.

Escribió entonces A los jóvenes de Italia, donde invocó un patriotismo liberal y provindencialista fundado en la virtud cívica y la defensa de las libertades tanto como en el "encargo de Dios" a la nación "para el bien de la Humanidad", según escribió en su obra más célebre, Los deberes del hombre. Lo importante, decía, era cumplir la "misión", porque "la Patria" era, "antes que nada, la conciencia de la patria". Era una nación fraguada en el principio de los tiempos, tal y como entonces se aseguraba, a pesar de ser aquél un concepto político del XVIII que tomó cuerpo en el XIX. Se trataba de un nacionalismo primordialista, entre el mito y la Historia, la invención y el deseo, que iniciaba el relato en Eneas y seguía con el desarrollo de la civilización romana. Era el romanticismo decimonónico en todo su esplendor.

Criticó duramente el comunismo, al que veía como la negación del individuo y de la sociedad en sus "elementos vitales: la libertad, el progreso y el desarrollo moral de la persona". Es más; el comunismo, decía, sólo podía recurrir a la violencia para imponerse, y carecía de "pensadores de fuste". El régimen comunista no podría ser otra cosa que una "dictadura tiránica" abocada a la miseria; y no se equivocó.

La democracia era una cuestión de educación; pero entendida esta no sólo como cultura o alfabetización, sino como instrucción y costumbre. Los hombres de Mazzini se dedicaron a hacer italianos, a inculcar en napolitanos, lombardos, venecianos, romanos la idea de que existía una nación cultural, racial, que precisaba cumplir su destino providencial. Si en el pasado, decía, había existido la Roma de los Césares, y en su día se vivía en la Roma de los Papas, era el momento de pasar a la Roma de los pueblos. Y para que esa "tercera Roma" fuera posible, los italianos debían conocer y querer los principios de la nacionalidad y la democracia. Sólo así valorarían la libertad.

Llegó a Génova en junio de 1860, poco después de que Garibaldi saliera con los Mil Camisas Rojas hacia Sicilia. Intentó entonces levantar al norte italiano, como en 1859, pero fracasó, todo lo contrario que Garibaldi, que tomó el viejo reino de Nápoles y lo puso en manos del piamontés Víctor Manuel II. Esto supuso una ruptura entre Mazzini y Garibaldi que duró cuatro años.

No retomó su actividad insurreccional hasta 1870, cuando comenzó la guerra franco-prusiana. Era la ocasión para que la unidad italiana se consumara, ya que Roma era guarnecida únicamente por un contingente francés. La derrota de Napoleón III supondría la victoria del reino de Italia. Nada más desembarcar en Palermo, la policía le detuvo y fue encarcelado. Allí recibió la noticia de que el ejército italiano había entrado en Roma el 20 de septiembre.

La unidad se había concluido en torno a una Monarquía, con la colaboración del viejo Partito d'Azione, el suyo, que había sido abandonado por los mejores, por Depretis y Crispi, en 1864, y por el mismo Garibaldi, que había aceptado a Víctor Manuel II. Emotivo y sensible, Mazzini entró en una nueva depresión y marchó a Londres. "Muertos unos, desertores otros, alguno fiel todavía a las ideas, pero inactivos", decía.

Venteando la muerte, en febrero de 1872 volvió a Italia, a Pisa, y se hospedó en casa de los Roselli, de las pocas amistades que le quedaban. Desaliñado, empobrecido y viejo, se hacía llamar George Brown para no ser reconocido.

Duró poco. El 10 de marzo de aquel año una crisis pulmonar le condujo a la muerte. Sólo entonces regresó a Génova, su ciudad natal, donde fue enterrado rodeado de una multitud que en vida le había dado la espalda. Pero, como decíamos al principio, así es la política.

 

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