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A PROPÓSITO DEL 'AFFAIRE ODDISEY'

La Armada inglesa y su sistema de presas y botines

El episodio del ataque y hundimiento de la fragata Mercedes por la Armada británica saltó a la actualidad como consecuencia del expolio de su pecio y su tesoro por parte de unos filibusteros de ojos azules. Con esta excusa se nos ofrece la ocasión de comentar las causas y razones que llevaron a los marinos ingleses a perpetrar tan vil acción contra un navío de un país con el que no estaban en guerra y cuyo pasaje incluía familias enteras –niños, abuelos, esposas– de marinos y funcionarios españoles.


	El episodio del ataque y hundimiento de la fragata Mercedes por la Armada británica saltó a la actualidad como consecuencia del expolio de su pecio y su tesoro por parte de unos filibusteros de ojos azules. Con esta excusa se nos ofrece la ocasión de comentar las causas y razones que llevaron a los marinos ingleses a perpetrar tan vil acción contra un navío de un país con el que no estaban en guerra y cuyo pasaje incluía familias enteras –niños, abuelos, esposas– de marinos y funcionarios españoles.

Los motivos del ataque se resumen en uno solo: la codicia. Veamos por qué.

La Armada inglesa tenía constante necesidad de nuevos navíos con que mantener su hegemonía naval y su benéfica splendid isolation. Y para ello tenía dos opciones: construirlos o arrebatárselos a sus enemigos.

Aunque los ingleses mantuvieron siempre unos excelentes astilleros, no daban abasto a construir cuanto necesitaban, y además no siempre sus productos alcanzaron la perfección de los franceses y los españoles. Por tanto, tenían que apostar por la segunda opción (apresarlos). Así, su Armada estableció en 1708 un sistema de presas y botines con el que recompensar generosamente a sus oficiales y tripulaciones.

La norma establecía que el Almirantazgo adquiriría las embarcaciones capturadas, abonando a los captores unos precios tasados por una corte especial, que analizaba el estado y utilidad de las naves. Tan eficaz llegó a ser el sistema, que durante las Guerras Napoleónicas los ingleses consiguieron capturar nada menos que 206 fragatas, 143 de las cuales eran francesas.

El sistema de reparto del valor de las capturas, ya fuera de los cargamentos o de la propia embarcación y su aparejo, era el siguiente:

  • Para el almirante al mando de la flota: un octavo.
  • Para el capitán de la nave captora: dos octavos.
  • Para el piloto y los tenientes: un octavo.
  • Para los oficiales especialistas asignados a la nave (cirujano, contador, condestable, contramaestre, carpintero y capellán): un octavo.
  • Para los oficiales especialistas de rango inferior (maestro armero, velero, jefes de batería, maestro de escuela, ayudantes del cirujano, ayudantes del contramaestre y guardiamarinas): un octavo.
  • A repartir entre el resto de la tripulación y los infantes de marina: dos octavos.

O sea que todos, del primero al último, sacaban buena tajada. Por ejemplo, tras la batalla del Nilo (Abukir) cada marinero obtuvo siete libras y dieciocho chelines; tras la de Trafalgar, nueve libras con nueve chelines y seis peniques. Siendo su salario mensual de una libra, nueve chelines y seis peniques, no era de extrañar que el almirante Boscawen afirmase:

La esperanza del dinero de las presas les hace felices y el simple avistamiento de una vela los lleva a todos a cubierta.

Con todo, aunque los marineros y los demás subalternos podían lograr importantes beneficios, eran los almirantes y los capitanes de las naves captoras los que podían labrar verdaderas fortunas. Así, por ejemplo, el capitán Yorke logró 30.000 libras en ocho años, cuando su sueldo anual era de 146 libras.

1Con ocasión del apresamiento del Tetys y el Santa Brígida, en 1799, el almirante al mando ganó 81.000 libras (su paga anual era de entre 750 y 1.100, por lo que con aquella acción logró el salario de más de ochenta años de servicio), y cada uno de los cuatro capitanes que participaron en la captura obtuvo 40.730 libras (siendo su sueldo anual de entre 150 y 200 libras, consiguieron de un golpe ganar tanto como en más de doscientos años de servicio).

No era pues de extrañar que los capitanes se arriesgasen a capturar cuanto barco se les pusiese a la vista, incluso que afrontasen con temeridad el riesgo de graves demandas civiles en caso de equivocación. Las presas daban lugar a demandas contra el Almirantazgo cuando éste no las valoraba adecuadamente, y se originaban incluso amargas querellas entre compañeros a propósito del reparto: el mismísimo Nelson y Lord Saint Vincent anduvieron a la greña varias veces en los tribunales mientras mantenían una flemática relación de compañeros.

Tampoco sorprende que los capitanes famosos por sus botines no tuvieran problemas para enrolar sus tripulaciones y que algunos, como el famoso capitán Cochrane, lanzaran agresivas campañas publicitarias para captar a los mejores marineros, con anuncios como éste:

DIOS SALVE AL REY.

Bolsa de dólares españoles consignados para Napoleón.

Compañeros: los restantes galeones con el tesoro de La Plata están esperando a medio cargar la llegada a Cartagena de los que proceden de Perú, que se encuentran en Panamá. Tan pronto como esto ocurra zarparán para Portobello a fin de recoger el resto de su carga, junto con agua y provisiones para su viaje a Europa. Sólo estarán en Portobello unos días. Semejante oportunidad tal vez no vuelva a presentarse jamás.

La veloz PALLAS, de 36 cañones, surta en Plymouth, es una nueva y extraordinariamente veloz fragata construida con este propósito y preparada para una expedición. Tan pronto haya a bordo suficientes manos expertas, el capitán LORD COCHRANE se pondrá al mando. Cuanto antes estés a bordo, mejor.

Y tampoco es de extrañar, en fin, que las cosas ocurrieran como sabemos en el caso del ataque a la Mercedes y las otras tres fragatas. Resultó en aquel momento que el contraalmirante Cochrane (¡qué casualidad, ya ven: el tío del capitán de fragata cuyo estimulante anuncio publicitario hemos reproducido antes!) aseguró a Lord Melville (Primer Lord del Almirantazgo) que los españoles estaban resueltos a declarar la guerra a Inglaterra y que sólo aguardaban para hacerlo el momento en que recibieran el sustancioso tesoro que venía de América en cuatro fragatas.

Que no hubiera declaración de guerra era lo de menos; que los capitanes españoles no se prepararan para su defensa (confiando en que los ingleses eran amigos) tampoco importaba. Si dejaban escapar aquel tesoro, tal vez no hubiera nueva ocasión de expoliarlo. Al fin y al cabo, no sólo el capitán Graham Moore y sus colegas se iban a llevar sus dos octavos, sino que la lluvia de millones calaría a todos los demás oficiales involucrados.

Tres excelentes fragatas y su rico cargamento (echaron la cuarta al fondo y allí estuvo hasta el affaire Oddisey) merecían hacer la vista gorda con el Tratado de Amiens, vigente entonces. Creo que las normas expuestas y los ejemplos descritos nos permitirán entender mejor el ataque, en tiempo de paz, a la escuadra de un país supuestamente amigo. 

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