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ESPAÑA

La represión de posguerra

Durante años, la izquierda insistió en la represión durante la guerra, exagerando sin tasa la derechista para encubrir y justificar la de la izquierda.


	Durante años, la izquierda insistió en la represión durante la guerra, exagerando sin tasa la derechista para encubrir y justificar la de la izquierda.

Creo haber echado abajo toda su argumentación en Los crímenes de la guerra civil y en diversos artículos. Por ello, la propaganda –nunca ha pasado de eso– izquierdista y progresista en general centra sus tiros desde hace años en la represión de posguerra. Como me decía uno de sus miembros en un programa de Veo 7, es natural que en la guerra se cometan crímenes, pero inadmisible que los asesinatos prosigan en la paz. ¡Vaya! No es tan natural que se cometan crímenes con el sadismo espeluznante de los de las izquierdas, incluso entre ellas mismas, ni es natural el genocidio del clero y el intento también genocida de erradicar de España la cultura y la tradición cristianas.

Si falseaban antes el terror durante la guerra, siguen en las mismas con la represión de posguerra. Al respecto debemos distinguir dos cuestiones: la mentira abierta y demostrable y el interés en mantenerla a toda costa. Veamos:

Después de una guerra suele haber represiones y represalias; también en la nuestra. Tras la guerra mundial fueron ejecutados nazis reales o supuestos en número muy elevado, y la represión se ejerció indiscriminadamente contra la población civil alemana, mediante deportaciones masivas que causaron entre medio millón y tres millones de muertos. Los regímenes parejos al Frente Popular español hicieron víctimas en número incalculable. En la URSS, millones de personas fueron deportadas de Ucrania, el Cáucaso y los países bálticos por colaboracionismo supuesto o real con los alemanes, y cientos de miles fueron ejecutados o muertos en el Gulag. En Yugoslavia, las represalias de posguerra fueron simplemente atroces, y todavía se están descubriendo fosas comunes. Estas represiones fueron facilitadas por Inglaterra y Usa. Añádanse los campos de prisioneros alzados por Usa y Francia, con una mortandad estimada entre 60.000 y un millón de personas. Tales discrepancias entre las cifras indican la dificultad de cuantificarlas, lo que no debiera ocurrir en el caso español, ya diré por qué.

Pero centrémonos en dos países de nuestro entorno, Francia e Italia, por ser más afines culturalmente (aunque políticamente el Frente Popular lo era más a la URSS y Yugoslavia). En ellos la guerra mundial general fue doblada, en los dos últimos años, por una guerra civil, aunque de intensidad mucho menor que la española: las respectivas resistencias tuvieron enjundia menor. Pues bien, las represalias de posguerra fueron tremendas. Las cifras más bajas hablan de 10.000 víctimas en cada país, pero probablemente fueron muchas más, sin juicio previo en la mayoría de los casos. Represión mucho más sangrienta que la española, si comparamos la intensidad de las respectivas guerras civiles y tenemos en cuenta el carácter no judicial de la francesa y la italiana.

¿Cuántas ejecuciones hubo en la posguerra en España? De pocas cosas se ha hablado más y se ha estudiado menos. Ramón Salas, hace muchos años, demolió concienzudamente el mito de los 200.000 pregonado por la propaganda comunista o procomunista, dejando la cifra en 23.000. Este dato provenía de estimaciones críticas, pero no de un estudio directo de los casos. Otro de sus ejemplares trabajos, este ya de campo, sobre los fusilados en Navarra, ratificaba sus estimaciones frente a las exageraciones fabulosas de separatistas e izquierdistas (juntos, como es tradicional). Posteriormente, Á. D. Martín Rubio elevó la cifra a entre 25.000 y 30.000, siempre sobre una base crítico-estimativa.

Lo curioso del caso es que, así como las estimaciones cuantitativas en otros países dan enormes diferencias, debido al carácter irregular de la represión (simples asesinatos sin juicio en su mayoría), no debiera ocurrir lo mismo en España, pues casi todas las ejecuciones se hicieron tras el preceptivo juicio, y por tanto deben constar en los archivos. Un historiador polaco me comentaba su asombro de que estos no hubieran sido examinados a fondo (una tarea enorme, es verdad), dedicándose en cambio la mayoría de los historiadores a mezclar estimaciones, rumores y bulos, aliñados con una retórica que apesta a aquella propaganda izquierdista que Besteiro llamó "Himalaya de mentiras". Creo que un historiador inglés, Julius Ruiz, ha abordado el espinoso asunto y ya va dando algunos frutos que desmienten el "Holocausto español" supuesto por un historiador tan manipulador como Paul Preston (sobre su método también he escrito algo).

La citada retórica de tufo marxista presenta los ejecutados como "víctimas republicanas", equiparando a los inocentes que sin duda cayeron con los criminales ejecutados por delitos aberrantes. Una equiparación que identifica a quienes la hacen con los criminales, precisamente.

La mentira básica, por tanto, es flagrante y desvergonzada, como la calificaban Marañón o Besteiro. Y es igual que quede a menudo de manifiesto, porque sus sostenedores la ocultan rápidamente y continúan difundiéndola impertérritos.

Y circula porque la mayoría de los medios de masas están a su servicio y los partidos (también el PP) la impulsan activa o pasivamente: todos quieren pasar por antifranquistas, y el antifranquismo se ha convertido en licencia para mentir desaforadamente. Quienes tratamos de clarificar estos asuntos disponemos de muy pocos medios. Se dice que la verdad termina imponiéndose, pero no estoy muy seguro, aparte de que, entre tanto, la falsedad suele hacer estragos.

Tal empecinamiento en el embuste y la calumnia obliga a preguntarse cuál puede ser su interés. Creo que se trata de un interés político y a menudo personal. Para entender el primero sugiero la lectura de mi análisis –el único hecho a fondo hasta ahora– de la crucial campaña sobre la represión de Asturias después de octubre de 1934, en El derrumbe de la República y El libro negro de la izquierda española. Aquella campaña propagandística, absolutamente fraudulenta, convirtió la derrota de las izquierdas guerracivilistas y golpistas en victoria política, que engendraría el Frente Popular y los odios que estallaron en 1936. Pues bien, los promotores de las versiones fraudulentas actuales participan de la ideología, los prejuicios y las tendencias del Frente Popular, los mismos que, no por causalidad, les llevan a colaborar con la ETA, a pisotear la Constitución y a fomentar el separatismo.

Existe también una faceta personal en muchos historiadores y periodistas: ante la casi ausencia de oposición, durante muchos años, al fraude histórico, han hecho una cómoda carrera profesional sumándose a la corriente, y va contra sus intereses más inmediatos reconocer a estas alturas el inmenso error que han difundido. Lamentable, pero comprensible. 

 

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