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'WEATHER UNDERGROUND'

Leninismo, dinamita y Bob Dylan

Durante la segunda mitad de la década de los sesenta se dio en las universidades americanas –especialmente en las californianas– una anormal y explosiva conjunción de estupidez, fanatismo político, drogas duras y relativismo moral estupefaciente, y nunca mejor dicho. Las causas las vimos la semana pasada en esta misma tribuna.


	Durante la segunda mitad de la década de los sesenta se dio en las universidades americanas –especialmente en las californianas– una anormal y explosiva conjunción de estupidez, fanatismo político, drogas duras y relativismo moral estupefaciente, y nunca mejor dicho. Las causas las vimos la semana pasada en esta misma tribuna.

En el espacio de unos pocos años se citaron la vieja y la nueva izquierda, generosos subsidios soviéticos, prejuicios ideológicos en cantidades nunca vistas antes y el convencimiento de que los problemas de la humanidad sólo se podían afrontar recurriendo a la violencia.

La labor de zapa que los viejos profesores marxistas habían ido haciendo en el sistema educativo dio sus frutos con motivo de la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. Los enemigos de la sociedad abierta, que seguían siendo los mismos que en los años 30, por fin tenían una excusa para organizar una revolución posmoderna y extender el socialismo por todo el mundo. La mecha ya estaba prendida. El explosivo esta vez no fue el lumpenproletariat del extrarradio, ni los obreros fabriles depauperados por la crisis del 29. En los sesenta la clase media occidental disfrutaba de un bienestar inédito, lo que posibilitó que la educación superior se extendiese, por primera vez en la historia, a virtualmente todas las capas de la población.

El resultado más visible fue el envilecimiento, la politización y, como corolario de lo anterior, la insignificancia académica de la universidad pública, un fenómeno que aún no ha remitido en nuestros días... y promete no hacerlo mientras aquélla siga en manos del Estado. La diferencia es que entonces eso era nuevo. De la noche a la mañana los campus se llenaron de jóvenes desocupados con la tripa llena, sin más preocupaciones que experimentar con narcóticos, asistir a conciertos de rock & roll y protestar contra el mundo supuestamente odioso, corrupto e invivible que les habían legado sus padres.

Una minoría de estudiantes se obsesionó con la política y con la infinidad de teorías –a cuál más idiota y servil– que en aquel tiempo salían a borbotones de las cátedras de humanidades. Fue la época dorada de perfectos cretinos como Sartre, Russell, Marcuse o Althusser, todos –menos el último– ajados vejestorios europeos que se veían a sí mismos como pensadores de vanguardia a quienes por fin se reconocía y reivindicaba.

A ese ambiente intelectualmente enfermo se le unió la proliferación del consumo de estupefacientes. La droga no era, como ahora, un medio de divertirse tantas veces transformado en condena a muerte, sino un viaje espiritual repleto de ritos iniciáticos que la bobería beatlemaniaca había copiado de las religiones orientales. En ese caldo de cultivo cobraron forma asociaciones estudiantiles que se afanaron en aplicar el manualillo leninista de cómo debilitar al adversario para, luego, arrebatarle el poder violentamente.

Una de ellas fue la Weather Underground Organization, un grupúsculo escindido de Students for a Democratic Society. Predicaba la violencia extrema, siempre con la excusa de las injusticias que había en el mundo. La Guerra de Vietnam y los derechos civiles eran el banderín de enganche. Sus miembros se definían como comunistas revolucionarios y su aspiración máxima se cifraba en transformar los Estados Unidos en una genuina dictadura del proletariado.

El nombre lo habían tomado de la canción de Bob Dylan "Subterranean Homesick Blues", que decía: "You don't need a weatherman to know which way the wind blows" (no necesitas al hombre del tiempo para saber en qué dirección sopla el viento). Esta frase simplona, elevada a categoría filosófica por unos semianalfabetos que a duras penas habían pasado de los principios del materialismo dialéctico, sirvió de encabezado a su acta fundacional, presentada en Chicago al terminar el curso del 69.

Como las adocenadas masas no entendían del todo su mensaje redentor, quisieron transmitírselo trayéndose la guerra a casa. En octubre de 1969 los weathermen se presentaron en sociedad. Fue en Chicago, en los llamados Days of Rage (días de la rabia). Unos 300 jóvenes se enfrentaron a la policía por el puro placer de hacerlo. Su intención era destruir sin más lo que encontrasen a su paso, exactamente igual que hicieron los estudiantes parisinos un año antes. Les habían visto por la televisión y querían imitarlos.

La rabia les salió cara. La policía se empleó a fondo y detuvo a decenas de ellos. A partir de ahí se especializaron en poner bombas en comisarías de policía, sucursales bancarias, oficinas de multinacionales y edificios oficiales. La gasolina se la iban suministrando los acontecimientos en Vietnam. En 1971 pusieron una bomba en el Capitolio en protesta por la entrada de las tropas norteamericanas en Laos. Ese mismo año atacaron el MIT de Boston, y en el 73 el Pentágono –atentado este último que hicieron coincidir con el cumpleaños de Ho Chi Minh–, en respuesta a los bombardeos de la USAF sobre Hanoi.

Los weathermen sabían perfectamente a quién se debían. Como marxistas-leninistas de estricta observancia, desde su fundación mantenían contacto con los Gobiernos de Vietnam del Norte y Cuba. A este último dedicaron, el 26 de julio de 1970, un atentado sincronizado contra una base del ejército en San Francisco y contra el Bank of America de Nueva York. Ese día se cumplían catorce años de la revolución de Castro y compañía.

Pinochet y Allende.En 1973 se murió el perro, los militares norteamericanos abandonaron Vietnam dando por perdida la guerra, pero no acabó la rabia. Los militantes de Weather Underground se centraron en atemorizar a las empresas privadas, a las que consideraban cómplices del sistema. Eran, además, mucho más vulnerables que los edificios públicos, y el pánico creado sería mucho mayor. En septiembre atentaron contra las oficinas de ITT en Roma y Nueva York. Meses después lo harían contra Anaconda Copper, del conglomerado empresarial de los Rockefeller. Ambas compañías fueron acusadas de haber respaldado el golpe de Pinochet en Chile. En el 74 atentaron contra la petrolera Gulf porque estaba realizando prospecciones en Angola, feudo cubano donde los internacionalistas de Fidel perpetraron infinidad de matanzas. Ese año vengaron la muerte de seis miembros del Ejército Simbiótico de Liberación poniendo una bomba en la Fiscalía General de California.

Los explosivos, generalmente caseros, hechos con dinamita y de poca potencia, no dejaban víctimas, al menos en el campo enemigo: en el 70 tres weathermen saltaron por los aires mientras manipulaban, en un piso franco de Manhattan, una bomba con la que pretendían dinamitar el acceso a una base del ejército en Nueva Jersey.

Su inoperancia y la detención de sus líderes –que, a diferencia de los simbióticos, siguen vivos, y ya sesentones perseveran en su activismo de izquierdas– marcaron el fin de la banda en 1976. Más allá de la crónica de sucesos, su influencia en la política norteamericana fue nula. Algunos de sus miembros, rebautizados como Organización Comunista 19 de Mayo, continuaron con la actividad delictiva hasta entrada la década de los ochenta, pero ya más por supervivencia que por motivos ideológicos.

En octubre del 81 dieron su último palo en Nanuet, un pueblillo del estado de Nueva York, a orillas del Hudson. Compinchados con militantes del Black Liberation Army, asaltaron un furgón blindado de la compañía Brinks en el aparcamiento de un centro comercial. El golpe se torció y acabó en un baño de sangre, con dos policías y un guardia jurado muertos. La Justicia fue implacable con los asesinos: fueron condenados a cadena perpetua.

De los weathermen nunca más se supo. Hoy nadie los reclama. Los comunistas se cuidan muy mucho de que, aunque sea de lejos, alguien advierta que, en el fondo, el leninismo siempre ha sido muy similar al gangsterismo.

 

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