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ESPAÑA

Los radicales en la II República

Eugenio d'Ors relató admirablemente el ambiente de esperanza con que advino la II República; ambiente que contrastaba con el profundo hastío y la total indiferencia que acompañaron al derrumbe de la Monarquía.


	Eugenio d'Ors relató admirablemente el ambiente de esperanza con que advino la II República; ambiente que contrastaba con el profundo hastío y la total indiferencia que acompañaron al derrumbe de la Monarquía.

Quienes ocuparon el poder que abandonó Alfonso XIII habían planeado, pocos meses antes (diciembre de 1930), tomarlo por medio de un golpe de estado. Esto es importante, porque da una medida del aprecio que sentían aquellas fuerzas por el sistema democrático.

Son muchos los que dicen que la II República fue una conquista de los españoles, largamente deseada por amplios sectores de nuestra sociedad. Pero esta idea choca con la realidad histórica de que prácticamente todos, especialmente quienes más debieran identificarse con él, se alzaron contra el nuevo régimen antes o después. No hace falta descender a los detalles, basta recordar unos cuantos hechos muy conocidos:

– Los anarquistas convocaron una huelga en julio de 1931, y sendas huelgas generales con pretensiones revolucionarias en enero de 1932, enero de 1933 y diciembre de este mismo año.

– El 10 de agosto de 1932, el general Sanjurjo protagonizará el último de los pronunciamientos de nuestra historia. Resultó un sonado fracaso. Su objetivo no era acabar con la II República, pero sí torcer la dirección política del país.

– En noviembre de 1933, los socialistas y los republicanos de izquierdas exigieron al presidente de la República que anulara las recientes elecciones. Niceto Alcalá-Zamora se negó hasta en cuatro ocasiones. Los conspiradores pretendían cambiar las normas para asegurarse de que jamás volvieran el centro y la derecha a vencer en las urnas.

– La llamada revolución de Asturias fue una revuelta largamente planeada que tenía por fin desalojar al centro y a la derecha del poder, subvertir el régimen e instaurar otro en el que ni el uno ni la otra volvieran a ser preponderantes. (Por cierto: la CEDA tuvo una oportunidad de oro para dar la razón a los socialistas, que falsariamente denunciaban como fascista a la formación de Gil Robles. Sin embargo, no aprovechó la revolución de 1934 para liderar otra de signo contrario e instaurar un régimen autoritario: respetó la legalidad y, a pesar de caer en algunos excesos, si de algo se le puede acusar es de no haberla defendido con más denuedo).

– El propio Alcalá-Zamora convocó elecciones anticipadas durante el período radical-cedista sin más razones que la de finiquitar un gobierno que él consideraba demasiado derechista y articular un partido de centro en torno a su hombre, Portela Valladares.

– Azaña, no contento con haber pedido a Alcalá-Zamora que no reconociese las elecciones de 1933, manipuló las de 1936 arrebatando inicuamente 32 escaños a la derecha y al centro.

Hubo un partido que sí creyó firmemente en la II República, en la posibilidad de que fuera un régimen democrático. Pero, lejos de ser elogiado por quienes más se identifican con aquel período histórico, recibe de ellos las más amargas críticas. Se trata, claro es, del Partido Republicano Radical.

El PRR, "centrista y de nombre equívoco" (Stanley Payne dixit), fue la única formación de masas netamente republicana. Como tal, estaba llamada a ejercer un papel central, en cualquier sentido de la palabra, en el nuevo régimen. Sus miembros creían en la democracia como método, sin oportunismos, lo que les distinguía de la vasta mayoría de los alineados a izquierda y derecha.

La primera crítica que se dirige a los radicales tiene que ver con la moral, a raíz de la implicación de algunos de ellos en asuntos turbios, como el del célebre estraperlo. Pero el caso es que tal episodio era menor, y mera anécdota si lo comparamos con lo que nos trae ahora todos los días la prensa. Sea como fuere, y por más condenables que fueran esas corruptelas, no se podían comparar con los crímenes que sus enemigos perpetraron durante la República y en la Guerra Civil.

La segunda crítica, proferida desde la izquierda, denuncia que sostuvieron un gobierno participado por la derecha. Juicio que se vuelve contra quienes lo profieren, pues deja en evidencia, hoy como entonces, su poco aprecio por la democracia auténtica. También trasluce su idea ideológica de la República: la querían/la quieren para mandar, no para arbitrar la convivencia bajo el principio de libre elección de los gobernantes.

La importancia de Alejandro Lerroux y los suyos queda demostrada con el hecho de que, en cuanto se descalabraron en las urnas, en febrero del 36, la política se radicalizó, dando paso, en sólo cuatro meses, a la sangrienta Guerra Civil.

Los radicales siguen teniendo mala prensa, sí. Lo cual no deja de ser interesante a la hora de calibrar el respeto que siente tanto pretendido estilita de las libertades por la democracia.

 

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