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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Misterios y maledicencias en torno al padre Castellani

La fortuna quiso que yo llegara a conocer al padre Leonardo Castellani poco antes de mi apresurada salida de la Argentina, con la que salvé mi vida. También conocí, y traté bastante en Barcelona, a Eduardo Galeano, Eduardo Hughes Galeano, quien ha abdicado del apellido paterno, que lo hace gringo y pariente lejano de Perón.


	La fortuna quiso que yo llegara a conocer al padre Leonardo Castellani poco antes de mi apresurada salida de la Argentina, con la que salvé mi vida. También conocí, y traté bastante en Barcelona, a Eduardo Galeano, Eduardo Hughes Galeano, quien ha abdicado del apellido paterno, que lo hace gringo y pariente lejano de Perón.

Hasta hace poco, todo el mundo sabía quién era Galeano porque Las venas abiertas de América Latina no era sólo el regalo de Hugo Chávez a Obama, sino el libro más leído que se haya escrito sobre el tema, y uno de los más duraderos best sellers de la historia.

Pocos libros tan falaces y seductores como el de Galeano. Él también es un tipo seductor. Tal vez por eso, y por su brillante papel como editor del semanario Marcha de Montevideo, le confió Federico Vogelius los dineros necesarios para publicar la revista Crisis, que marcó una época del periodismo rioplatense generando ideología para la izquierda más confusa del mundo. En esa revista, referente de aquel tiempo, apareció una entrevista al padre Castellani en julio de 1976, poco antes de que la cerrara la dictadura, que se había iniciado formalmente el 24 de marzo anterior. (La dictadura ya era tal desde los tiempos inmediatos a la muerte del general Perón, y la viuda de éste ya había encargado a Videla que aniquilara la guerrilla).

El golpe de estado tuvo lugar el 24 de marzo de 1976. El 19 de mayo Videla invitó a comer a la Casa de Gobierno a cuatro escritores: Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Leonardo Castellani y, por ser el presidente de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), Horacio Esteban Ratti, que en modo alguno estaba a la altura de los demás pero se suponía que representaba al gremio. Por La Opinión del día siguiente y La Razón, vespertino del mismo día 19, se conoció la visión de los participantes. Sábato, que años después presidiría la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas), evidenciando su incombustibilidad, declaró al diario de Jacobo Timerman que hubo "un altísimo grado de comprensión y respeto mutuos" y que "en ningún momento la conversación descendió [sic] a la polémica literaria o ideológica". En La Razón dejó constancia de haber expresado su inquietud por la detención del escritor Antonio Di Benedetto. Borges no declaró nada. Lo había hecho antes, con una vuelta muy suya para no quedarse pegado a nada: "Soy tímido y, ante tanta gente importante, seguramente me sentiré abochornado". Ratti habló de lo suyo: derechos de autor, ley del libro, designación de asesores literarios en emisoras de radio y TV y agregados diplomáticos culturales en el exterior: no perder puestos de trabajo.

Todo esto lo leo ahora en el aludido número de Crisis de julio de 1976, que quiso entrevistar a los cuatro. Borges se escabulló. Sábato dijo que no daba entrevistas a Crisis: todavía no era su momento de ocuparse de los desaparecidos que ya estaban desapareciendo. O sea que hablaron Ratti y Castellani. El primero mencionó el hecho de que entregó a Videla ("Nos impresionó a todos como un hombre muy comprensivo e inteligente") una lista con 16 nombres. Esos nombres eran los de Haroldo Conti, Alberto Costa y Carlos Pérez, desparecidos; Antonio Di Benedetto, preso, y César Tiempo (a quien habían echado de la dirección de Teatro Nacional Cervantes, lo que equivalía a un anuncio de desgracia inminente, cosa que en este caso no se cumplió); a los que en los días siguientes se añadirían los del cineasta Raimundo Gleizer y el periodista Miguel Ángel Bustos.

Lo interesante aquí, sin embargo, no es nada de eso, archisabido y listado, sino la mal recordada participación de Leonardo Castellani, que sí hablo con Crisis, y sin pelos en la lengua. Después de señalar que "fue nada más que un almuerzo y en los almuerzos se come más que se habla", y que "el más callado" fue él, afirmó: "Los que más hablaron fueron Sábato y Ratti, que llevaban varios proyectos". Reproduzco a continuación fragmentos de la entrevista, que ya es documento histórico:

–¿Y el presidente?
–Él y yo fuimos los más silenciosos. Videla se limitó a escuchar. Creo que lo que sucedió fue que los que más hablaron, en vez de preguntar, hicieron demasiadas propuestas. En mi criterio, ninguna de ellas fue importante, porque estaban centradas en lo cultural y soslayaban lo político. Sábato y Ratti hablaron mucho sobre la ley del libro, sobre el problema de la SADE, sobre los derechos de autor, etc.

–Bueno, padre, al fin y al cabo, era una reunión de escritores...
–Sí, pero la preocupación central de un escritor nunca pueden ser los libros, ¿no es cierto? Yo traté de aprovechar la situación por lo menos con una inquietud que llevaba en mi corazón de cristiano. Días atrás me había visitado una persona que, con lágrimas en los ojos, sumida en la desesperación, me había suplicado que intercediera por la vida del escritor Haroldo Conti. Yo no sabía de él más que era un escritor prestigioso y que había sido seminarista en su juventud. Pero, de cualquier manera, no me importaba eso, pues, así se hubiera tratado de cualquier persona, mi obligación moral era hacerme eco de quien pedía por alguien cuyo destino es incierto en estos momentos. Anoté su nombre en un papel y se lo entregué a Videla, quien lo recogió respetuosamente y aseguró que la paz iba a volver muy pronto al país.

–¿Qué afirmaron los demás asistentes?
–Fíjese qué curioso: Borges y Sábato, en un momento de la reunión, dijeron que el país nunca había sido purificado por una guerra internacional. Ellos, más tarde lo negaron, así como aseguraron decir cosas que, en realidad, no dijeron. Pero hablaron de la purificación por la guerra. Lo interesante es que el presidente Videla, que es un general, un profesional de la guerra, los interrumpió para manifestar su desacuerdo. Creo que eso le desagradó mucho, pues motivó una de sus pocas intervenciones. A mí también eso me cayó como un balde de agua fría, por lo tremendo que eso significa. Además, por lo incorrecto: se olvidan que la Argentina atravesó varias guerras internacionales, como la de la independencia, la del bloqueo anglo-francés, la del Paraguay, y más bien que de esas contiendas no salió purificada.

–Quizás ellos quisieron decir que la situación difícil de la Argentina no se justifica, pues, a diferencia de Europa, no había sufrido ninguna guerra...
–Vea, en lo que va de este siglo Europa sufrió ya dos guerras mundiales pero no por eso es más pura que la Argentina. Al contrario... Por eso le digo que de ese almuerzo, si es por lo que se habló, no puede haber salido algo muy positivo o trascendente. A lo mejor, el presidente se llevó una impresión favorable y pudo rescatar algunas cosas que allí se lanzaron, pero nada más.

–Su balance, entonces, no parece muy optimista...
–No, ni puede serlo. Sábato hablo mucho, o peroró, mejor dicho, sobre el nombramiento de un consejo de notables que supervisara los programas de televisión. En Inglaterra funciona una instancia similar, presidida por la familia real e integrada por hombres notorios de todas las tendencias. Cuando estuve hace mucho en Inglaterra, Chesterton me habló de ese consejo, del cual formaba parte, y que, por aquel entonces, supervisaba sólo la radio, ya que la televisión todavía no existía. Eso quería Sábato que se hiciese en la Argentina. Borges dijo que él no integraría jamás ese consejo de prohombres. Sábato, entonces, dijo que él tampoco. Yo pensé en ese momento por qué lo proponían entonces. O sea que ellos embarcaban a la gente pero se quedaban en tierra. Personalmente, no creo que ese consejo sea una decisión muy importante...

–Dentro de su larga experiencia, ¿qué significa ese almuerzo?
–Para mí fue un hecho agradable, pero no muy trascendente. A menos que los hechos posteriores demuestren lo contrario, como por ejemplo que aparezca el escritor Haroldo Conti. Algunos me habían pedido que intercediera también por varios ex funcionarios cesanteados aparentemente en forma injusta. Pero no quise hacerlo, pues me pareció que esos casos desdibujarían la dramaticidad de la situación de Conti, por cuya vida se teme...

–¿No se plantearon los cuatro asistentes hacer un balance juntos de esa experiencia que los involucraba?
–Al salir, había una nube de periodistas y los fotógrafos eran interminables, parecían formar de seis en fondo. Borges aprovechó algún vericueto para retirarse rápidamente. Cuando Sábato, Ratti y yo logramos zafarnos del asedio periodístico, nos fuimos hasta la casa de Borges, pero ahí nos llevamos una sorpresa. Una persona que nos abrió la puerta dijo que Borges no nos podía atender porque estaba en cama con fuertes dolores de estómago. En fin, son cosas que pasan...

Puedo imaginar perfectamente al pomposo Sábato diciendo "pelotudeces pomposas" (la fórmula le pertenece, no me la invento para el caso, lo dijo él sobre otro) hablando de censurar la radio y la tele: no le bastó, pero el rechazo generó en él tanto resentimiento (añadido a sus ya abundantes resentimientos) que seis años después le vendió a Alfonsín (muy amigo también de las pelotudeces pomposas) la conveniencia de instalar a un notable, es decir, él mismo, al frente de la Conadep.

Puedo imaginar perfectamente a Borges huyendo de aquella trampa y de sus pares: el hombre no estaba hecho para esas cosas. Ratti, por su parte, se reiteraría a sí mismo, valedor de sus colegas a falta de algo (literariamente) mejor que hacer.

El tono del relato de Castellani me parece auténtico: era un tipo sencillo, la antítesis de Sábato, de quien Chesterton se hubiese reído mucho. Y, lo más importante en todo esto, el motivo por el cual he querido traer aquí la figura del sacerdote escritor: todo en sus palabras habla de su preocupación auténtica por la vida de Conti, y su sabia visión de la dictadura: era el único que la veía con claridad como tal, que no se dejaba engañar, que condicionaba a demostraciones posteriores de buena voluntad de Videla, como la aparición de desaparecidos, su confianza en el gobierno.

Relatos recibidos mucho después estuvieron dirigidos a ensombrecer la memoria del padre Castellani. Alguien que aseguró haber escuchado de un testigo –trasladado de donde habría estado con Conti a otro campo de detención– que Castellani habría visitado a Conti y, en vez de haber peleado por él, se habría limitado a darle la extremaunción, como le pedía el preso, ya seguro de que los iban a matar. La verdad es que una cosa no excluye la otra. Como sacerdote, le hubiese sido difícil negar un sacramento a un fiel, pero concederle ese deseo no impedía que luego llamase al presidente para pedirle una clemencia de la que éste carecía.

Castellani murió en 1981. No vio el final de la dictadura. Los intentos de desprestigiarlo son post mortem y post militares. Era un jesuita incómodo hasta para su propia orden, buen lector y gran escritor, conocedor de la historia y de la filosofía. No me sorprende que la tarea de exhumar su obra se haya emprendido en España, donde Juan Manuel de Prada se ha constituido en sabio valedor, y no en la Argentina kirchnerista. 

 

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