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SERRANO SÚÑER Y LA DIVISIÓN AZUL

"¡Rusia es culpable!"

Buscando lecturas para el verano encontré el libro de Jorge Martínez Reverte titulado La División Azul. Rusia, 1941-1944 (RBA, 2011). Eché un vistazo a la parte dedicada a las relaciones de Franco con Hitler, y al papel y motivaciones de Serrano Súñer en la creación de la División Azul. Me decepcionó; no por las opiniones vertidas –que uno ya está curado de espanto–, sino por la superficialidad de la interpretación y la ausencia de base documental.


	Buscando lecturas para el verano encontré el libro de Jorge Martínez Reverte titulado La División Azul. Rusia, 1941-1944 (RBA, 2011). Eché un vistazo a la parte dedicada a las relaciones de Franco con Hitler, y al papel y motivaciones de Serrano Súñer en la creación de la División Azul. Me decepcionó; no por las opiniones vertidas –que uno ya está curado de espanto–, sino por la superficialidad de la interpretación y la ausencia de base documental.

No sé cómo es el resto del libro, la verdad, porque perdí todo interés y dediqué mi tiempo a otro. Sea como fuere, Serrano Súñer es el personaje clave en este asunto, su gran apuesta para hacerse con el poder en el régimen naciente.

El 3 de junio de 1940 Franco envió a Hitler una carta ofreciéndole el concurso de España en la guerra. "No necesito decirle –escribía el dictador español– cuán grande es mi deseo de no permanecer lejano a sus preocupaciones, y cuánta sería mi satisfacción por rendirle en cualquier ocasión los servicios que le parezcan más valiosos". Pero el Führer no estaba dispuesto a aceptar las condiciones materiales y territoriales que el Caudillo exigía para entrar en guerra. Churchill deshizo el dilema amenazando a Franco con cortarle el suministro económico y petrolífero; a un Franco que temía el potencial de la Armada británica. La Alemania nazi se veía impotente para derrotar a Inglaterra a corto plazo, y en pocos meses, de junio a septiembre, Franco cambió de opinión: era mejor esperar, contemporizar con unos y otros, que precipitarse en una guerra que se aventuraba más larga y dura de lo que la exitosa Blitzkrieg había hecho creer. Además, no todo el Ejército, que era la institución que contenía el hambre de poder del partido de Serrano Súñer, veía conveniente la entrada de España en la contienda. La clave era ganar tiempo, como había hecho Stalin al firmar el acuerdo germano-soviético en agosto de 1939.

Fue precisamente con ocasión de la ruptura de dicho acuerdo –con el paso de tres millones de soldados alemanes por la frontera rusa a las tres de la mañana del 22 de junio de 1941– que el gobierno español vio la ocasión de saldar la deuda con Hitler. La víspera del ataque, Ramón Serrano Súñer, ministro de la Gobernación y cuñado de Franco, se reunió con dos de sus hombres de confianza, Manuel Mora Figueroa – gobernador civil de Madrid– y Dionisio Ridruejo, en el hotel Ritz de Madrid. Serrano tenía información privilegiada gracias, en parte, a su relación con el embajador alemán, Eberhard von Storher. De aquella reunión surgió el proyecto de crear un cuerpo expedicionario de voluntarios para ir a luchar a Rusia. La idea no era original; ya se había escuchado en otros círculos.

En cuanto Serrano fue informado de que se había iniciado la Operación Barbarroja –la invasión de la URSS– marchó a El Pardo para hablar con Franco. El dictador aceptó su plan, y Serrano se dirigió a la embajada alemana para comunicar la decisión. Al gobierno de Hitler la oferta le pareció insuficiente, pues se hablaba de voluntarios civiles, no militares, y no era, por tanto, la entrada de España en la guerra. A pesar de esto, el Consejo de Ministros, presidido por Franco, aprobó el 23 de junio el envío de una división.

No fue una decisión fácil. El general Varela, ministro del Ejército, que en 1942 sufrió una atentado falangista en la bilbaína basílica de Begoña, quiso que la división estuviera compuesta por militares. Serrano lo discutió acaloradamente, no sólo porque le restaba protagonismo, sino porque pensaba que, dado el potencial de la Wehrmacht, no habría combates para cuando llegara el contingente español. Tuvo que ser Franco el que pusiera punto final a la pelea: el envío de una unidad regular del ejército supondría un mayor grado de implicación en el conflicto, lo que crearía problemas con Gran Bretaña y Estados Unidos, países a los que se temía. El acuerdo fue enviar una división de infantería conformada por voluntarios pero mandada por jefes y oficiales del ejército. Ridruejo, en Los cuadernos de Rusia, cuenta que en aquella reunión de ministros la polémica saltó también con el nombre: Varela la llamó División Española de Voluntarios, y Arrese, ministro secretario general de FET y de las JONS, División Azul. "Me parece un nombre algo ridículo –apuntó Ridruejo–, pero tendrá éxito". Así fue.

Serrano Súñer y Himmler, en Berlin.Enseguida se organizó una demostración de apoyo popular, para lo cual se utilizó a la prensa azul, a Radio Nacional de España y al SEU, la única asociación de estudiantes permitida, dominada por falangistas. Los días 23 y 24 de junio de 1941 las cabeceras de los periódicos, siguiendo las directrices de Prensa y Propaganda, establecieron paralelismos entre la guerra civil y la campaña contra Rusia. El diario Arriba, órgano del Partido, reprodujo las declaraciones de Serrano a la prensa alemana: "La beligerancia moral –decía, señalando la postura que hasta entonces mantenía Franco– tiene que completarse, y se completará con una presencia física en el campo de batalla". Y su editorial, titulado "Guerra por la causa de Europa", decía que la intervención de España en Rusia sería "la batalla preferida: la de la defensa y la de la venganza".

Las manifestaciones las organizó el SEU. En Madrid fue en la Facultad de Derecho, entonces situada en la céntrica calle de San Bernardo. Desde allí se movilizó a los acólitos, fueran falangistas o simplemente anticomunistas, y se elaboraron las pancartas con lemas como "Voluntarios falangistas contra Rusia", "Contra Rusia" o "Devolvamos a Rusia la visita que nos hizo en 1936". En torno a mediodía del 24 de junio, los manifestantes se concentraron en la plaza del Callao. Allí estaban, además del SEU, las delegaciones del Partido, el Frente de Juventudes, la Sección Femenina y algunas organizaciones más. Subieron por la Gran Vía –entonces Avenida de José Antonio– para acabar en la calle de Alcalá, frente al edificio de la Secretaría General del Partido. Era un acto para mayor gloria de Serrano Súñer, que esperaba en el balcón a los manifestantes, vestido con el uniforme blanco de la Junta Política y la camisa azul falangista.

La ambición de Serrano Súñer era inmensa por aquel entonces. Su deseo era la fascistización del Estado, como en Alemania e Italia, y que el Partido, organización que él controlaba, se hiciera con el poder. El poderío alemán y la "cruzada" antibolchevique lo beneficiaban. Hizo entonces el discurso que todos los falangistas esperaban, y que nadie del régimen podría criticar. La URSS y el PCE eran los culpables de la guerra civil, y debían pagar por ello. Era la ocasión para la venganza.

Camaradas: no es hora de discursos. Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa.

Un comunismo, claro, que había que sustituir por el fascismo, que era, a su entender, el "porvenir" europeo. Los manifestantes respondieron con gritos de "¡Muera el comunismo!", "¡Viva Franco!" y "¡Muera la Rusia soviética!". El acto pareció terminar con el Cara al sol, pero los estudiantes del SEU se acercaron a la embajada británica con pancartas a favor de Alemania y Hitler y apedrearon las ventanas del edificio. El embajador, Samuel Hoare, llamó a Serrano Súñer. Discutieron acaloradamente, y tuvo entonces lugar una anécdota muy conocida. Serrano le preguntó si le enviaba más guardias para asegurar la embajada, a lo que Hoare contestó:

No, no me mande más guardias; mándeme menos estudiantes.

Falange organizó la recluta para la División Azul. Arrese emitió la circular para la apertura de los banderines de enganche siguiendo el discurso de Serrano Súñer:

Rusia quiso destruir a España, y la destruyó en buena parte (...). Tenemos que vengar a España y tenemos que estar presentes en la tarea de salvar a Europa.

Finlandia se había unido al ataque contra la URSS tildando su venganza de "cruzada" –no en vano habían sufrido y repelido una invasión soviética–, y se sumaron también Rumanía, Eslovaquia, Italia y Hungría, y luego otros. Las jefaturas provinciales del Partido en manos falangistas apelaron al revanchismo contra los rusos, a la "cruzada" para salvar la civilización europea. Se tomó como la prolongación de la guerra civil.

La campaña de propaganda fue intensa: sólo se publicaban los partes alemanes de guerra –sesgados, naturalmente– y las noticias de adhesiones de otros países. Sin embargo, el cansancio de la sociedad española frustró las expectativas de Serrano Súñer y los suyos. Se precisaban más de 17.000 efectivos para 1941, pero el enganche no fue tan masivo y sí muy desigual, según provincias. Franco y sus generales enseguida se dieron cuenta, y pronto comenzó la recluta de soldados. En el contingente de julio de 1941 las milicias del Partido aportaron 9.154 efectivos, y el Ejército contribuyó con 7.292 hombres. Los datos oficiales se ocultaron, y no se conocieron hasta marzo de 1973.

Franco supo manejarse entre falangistas y militares. La elección del general Muñoz Grandes fue un acierto para la expedición –muy dura e ingrata, incluso cuando volvieron a España–, que se convirtió en algo muy distinto de lo que había pensado Serrano Súñer –una victoria sin batallas– cuando lanzó aquello de "Rusia es culpable". 

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