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CEROS Y UNOS

Xerox, el fracaso que copiaron Apple y Microsoft

Los fanáticos de Apple suelen acusar a Microsoft de que su mayor éxito de ventas, Windows, no es más que una vulgar copia del interfaz de su adorado Mac. Pero, siendo cierto, eso no significa que Steve Jobs fuera el rey de los innovadores. Simplemente fue el primero en copiar el trabajo de otra empresa, en este caso Xerox.

¿Xerox, la de las fotocopiadoras? Pues sí, esa misma. Como temía que los japoneses se hicieran con su negocio, en 1970 decidió poner en marcha un laboratorio de investigación, el Palo Alto Research Center (PARC), al que procuró dar toda la libertad posible, con el objetivo de que inventara cosas que pudieran comercializarse en el futuro y así conseguir diversificar su producción. Dados los ingresos que obtenía de las fotocopiadoras, el dinero que se gastó en el PARC era casi casi el chocolate del loro, aunque lo cierto es que en términos absolutos fue una pasta. Pero al final no obtuvo beneficio alguno, al contrario que algunos de sus empleados, que andando el tiempo acabarían fundando empresas, como Adobe o 3com, para comercializar algunos de sus descubrimientos; y otras compañías, como Apple o Microsoft, le copiarían vilmente.

Aquel laboratorio hizo varias aportaciones realmente importantes en aquella década de los 70, como el estándar de red Ethernet, el lenguaje de descripción de páginas Inter Press o el primer lenguaje orientado a objetos: Smalltalk. No obstante, al final pasaría a la historia por la creación de un interfaz de usuario intuitivo para los ordenadores, que permitió a la gente normal y corriente usar los susodichos sin tener que aprenderse un manual y teclear comandos complicados. Ese interfaz se llamaría posteriormente WIMP, por las iniciales en inglés de sus principales componentes: ventanas, iconos, ratón y menús desplegables.

El camino hasta Xerox: Douglas Engelbart

Hasta llegar a la interfaz que empleamos actualmente –no sólo en ordenadores, también en móviles y otros muchos dispositivos–, la informática tuvo que recorrer un largo camino, desde aquellas primeras máquinas alimentadas por tarjetas perforadas. Fue en el marco de un proyecto iniciado en la Segunda Guerra Mundial cuando se hizo el primer avance clave: la capacidad de los ordenadores para responder de forma inmediata a las órdenes de los usuarios. Se llamó Whirlwind, echó a andar en 1943 y estaba dirigido por Jay W. Forrester. La idea era construir un simulador de vuelo con una cabina idéntica a las de los aviones y que respondiera de inmediato a lo que hiciera el aprendiz de piloto: de ese modo se podrían ahorrar muchas horas de vuelo y tener más pilotos listos para el combate.

El proyecto no sólo no se terminó a tiempo, sino que jamás se produjo simulador alguno, aunque el ordenador que se creó para la ocasión se empleó posteriormente en un gigantesco sistema de defensa llamado SAGE. No obstante, se acabó resolviendo el problema de la inmediatez atacando el elemento más lento de los diseños de entonces, la memoria. El núcleo de ferrita, que almacenaba la información gracias a un campo magnético, tenía un tiempo de acceso de 9 microsegundos, y sería la base de la memoria de muchos ordenadores en los años 50 y 60... y el escudo de mi Facultad de Informática, la de la Universidad Politécnica de Madrid.

Pero el principal avance se lo debemos a un ingeniero eléctrico llamado Douglas Engelbart, quien llevaba desde los años 50 imaginando un ordenador que facilitase la comunicación y permitiese acelerar investigaciones y descubrimientos. En los 60 consiguió financiación del ARPA –agencia creada por el Gobierno estadounidense después del lanzamiento del Sputnik ante el temor generalizado de que EEUU perdiera irremisiblemente la carrera espacial– y creó un grupo de trabajo en Stanford que acabaría alumbrando el NLS, un prototipo de oficina electrónica que incluía, aunque a un precio prohibitivo, adelantos como el ratón y las ventanas que formarían la base del sistema más completo que crearían en Xerox. La demostración que Engelbart hizo en el 68 del invento incluyó la primera videoconferencia, y se considera la madre de todas las presentaciones, incluyendo, sí, las de Steve Jobs y Al Gore.

Xerox Alto y Xerox Star

Los recortes presupuestarios obligaron a algunos de los investigadores de Engelbart a buscarse las castañas en otra parte, y el hecho de que estuviese, como quien dice, en la puerta de enfrente permitió a Xerox PARC reclutar a varios de ellos. Ya en 1972 comenzaron a trabajar en el Xerox Alto, considerado por algunos el primer ordenador personal, aunque hay varios que le disputan el título: me parece más razonable colgarle la etiqueta al Altair 8080, el primer ordenador diseñado y terminado como tal. Entre otros defectos, el Alto tenía el de no haber sido comercializado (ni lo sería jamás).

El modelo fue evolucionando con los años. Incluía una conexión de red, la misma que seguimos utilizando ahora, que también habían inventado en PARC: Ethernet. También un ratón algo más evolucionado que el de Engelbart, el de bola, que aún sobrevive en muchos lugares, aunque va siendo reemplazado progresivamente por los ópticos. Los documentos no se veían como una serie de caracteres en algún tipo de letra de paso fijo, como hasta entonces, sino tal y como luego se verían impresos, incorporando alguno de los primeros editores Wysiwyg (lo que ves es lo que obtienes). Y, por supuesto, tenía toda la parafernalia de carpetas, iconos, ventanas y menús que forma parte de todos los ordenadores actuales. Steve Jobs tuvo la oportunidad de verlo en 1979... y Apple se lanzó a imitarlo inmediatamente.

Xerox se decidió finalmente a producir un ordenador que incorporase todos esos conceptos y que pudiera vender: el 8010, más conocido como Xerox Star. Fue lanzado en 1981, el mismo año que el PC de IBM, y se convirtió en la estrella tecnológica del año. Desgraciadamente, como le sucedería al Apple Lisa dos años después, su precio de 16.000 dólares era demasiado alto como para que el mercado al que estaba destinado, el de oficinas, lo comprara. Además, era un pelín lento, sobre todo por el sistema de ficheros elegido, que podía tardar varios minutos en guardar un archivo grande. Aunque en 1985 logró mejorarlo y reducir el precio a 6.000 pavos, el Star estaba condenado, sobre todo con los PC y los Mac ya rondando por ahí...

Al final tuvo que ser una copia de una copia, el Windows de Microsoft, el que finalmente llevara a las masas ese interfaz de usuario que había soñado Engelbart. Y gracias a internet, la realidad ha acabado siendo muy parecida a su sueño de que las personas tuvieran a su disposición un ordenador propio que les permitiese navegar por un espacio de información y colaborar entre sí para resolver problemas de una forma completamente nueva y más eficaz.


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