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CEROS Y UNOS

¿Y en España qué? ¿Hacíamos algo?

Mientras Estados Unidos lideraba el mercado de aquellos peazo ordenadores que ocupaban una habitación ellos solos, y países como Reino Unido o Francia intentaban estar a la altura, en España las cosas eran bien distintas: llegamos tarde, y cuando lo hicimos no fue para competir, sino simplemente para ser clientes de IBM o Univac.


	Mientras Estados Unidos lideraba el mercado de aquellos peazo ordenadores que ocupaban una habitación ellos solos, y países como Reino Unido o Francia intentaban estar a la altura, en España las cosas eran bien distintas: llegamos tarde, y cuando lo hicimos no fue para competir, sino simplemente para ser clientes de IBM o Univac.

No obstante, también hay que pensar que, en los tiempos de la informática clásica, para comprar y emplear un ordenador ya había que saber bastante del asunto. No es como ahora, que tenemos un teclado y una pantalla y un buen montón de hermosos iconos y programas que intentan facilitarnos la vida. Entonces había que saber, y en España no sabía ni el tato. Así que los encargados de poner en marcha esos cacharros tenían que irse al extranjero para aprender el oficio.

Los primeros ordenadores que llegaron a España fueron un IBM 650, alquilado por Renfe en 1957, y un Univac UCT, uno de los primeros parcialmente transistorizados en la Junta de Energía Nuclear, organismo ahora conocido como Ciemat. Este último se compró para que lo emplearan los investigadores del centro, pero un voluntarioso profesor mercantil, Anselmo Rodríguez, pensó que podía servir para funciones administrativas, y a base de meterle tarjetas perforadas en horario poco habitual fue reescribiendo parte del sistema operativo y programando aplicaciones de nómina y gestión de almacenes.

Primero aprendió a lo bruto, para más tarde viajar a Milán, Lausana o Hamburgo a ampliar conocimientos, que luego brindaría en cursos realizados en España a través de la empresa Rudi Meyer, en aquellos tiempos representante exclusivo en nuestro país de Remington Rand, casa madre de Univac.

A todo esto: don Anselmo Rodríguez Máyquez es mi padre.

Aquella forma de introducción a la informática fue la habitual en los años sesenta. Por ejemplo, la empresa textil La Seda de Barcelona decidió comprar un IBM System 360/20 en 1964, pero hasta el 67 no llegó a instalarse, para lo cual hubo que derribar una pared, porque si no el trasto no entraba en el centro de cálculo de la compañía. Para entonces ya había estudiado cómo hacerlo funcionar el ingeniero industrial y economista Manuel Costa, que aprendió lo suyo en Holanda, donde se encontraba la sede central de la multinacional propietaria de La Seda, y gracias a unos cursos impartidos por IBM en Barcelona. Ahora bien, al igual que mi padre, en buena medida tanto Costa como sus subordinados tuvieron que inventar todo desde cero, ante la falta de información útil incluso en la propia IBM.

Y así, a trancas y barrancas, con un cuasi monopolio de IBM más unas migajas que se repartían Univac y la francesa Bull, llegó el año 1969: fue entonces que por fin se empezaron a impartir enseñanzas regladas en el Instituto de Informática de Madrid, germen de la futura facultad que encontraría acomodo en la Universidad Politécnica en 1976. Barcelona y Bilbao contaron también con sendas facultades de la cosa.

La única excepción a este panorama fue la empresa Telesincro, fundada en 1963 por Joan Majó. En principio se dedicó a otras cosas, pero en el 66 se puso a diseñar ordenadores. Al año siguiente presentó el Factor-P, el primer ordenador creado en España con software y tecnología propios. Durante los siguientes años presentó nuevos factores: el Q, el R y el S. Eran ordenadores especializados en facturación que incluso incorporaron una versión castiza del lenguaje Cobol, en el que las instrucciones no eran del tipo "Move A to B" sino de las de "Mover A hacia B".

Pese a competir con cierto éxito durante unos pocos años en el mercado de ordenadores pequeñazos, con fabricantes extranjeros como Phillips o NCR, en el 75 Telesincro se vio con el agua al cuello... y fue rescatada al estilo del capitalismo de aquel entonces: se creó una empresa con capital del Estado, varios bancos, Telefónica y la japonesa Fujitsu. Al final, la compañía Secoinsa sirvió principalmente como vía de entrada de Fujitsu en España y terminó convirtiéndose en su filial, mientras que Telesincro acabó en manos de Bull. Ahora se dedica a fabricar terminales de punto de venta (TPV).

Durante aquellos primeros años, los compatriotas de Torres Quevedo seguimos en líneas generales aquello tan nuestro del "Que inventen ellos". Tampoco es que después nos hayamos convertido en líderes mundiales de casi nada, la verdad, pero algo hemos avanzado, especialmente a partir la explosión de la informática personal, en los 80. A veces incluso Google o Microsoft compran una empresa española. De verdad de la buena.

 

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