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CUESTIONES DE HISTORIA DE ESPAÑA

La herencia de Las Casas

Desde el mismo siglo XVI se ha venido extendiendo sobre España la llamada Leyenda negra, de que hablaba Juderías, particularmente a través de las propagandas francesa y protestante.

Desde el mismo siglo XVI se ha venido extendiendo sobre España la llamada Leyenda negra, de que hablaba Juderías, particularmente a través de las propagandas francesa y protestante.
Según ella, la conquista y colonización de América y otras tierras fue un inmenso genocidio, mucho más sangriento y masivo que cualesquiera crímenes similares perpetrados antes o después en el mundo entero. Desde luego, las conquistas y contiendas españolas no fueron trabajo de monjitas, pero de ahí a la famosa leyenda media un gran trecho. Al supuesto legendario se añadió, durante el siglo XVIII, el de que España no habría significado casi nada para la civilización, especialmente en el pensamiento y la ciencia. El Siglo de Oro –mal llamado así desde este punto de vista– habría consistido esencialmente en barbarie y matanzas perpetradas contra europeos, americanos, filipinos y otros. Si bien, por fortuna, las víctimas terminaron por ajustar cuentas al país opresor, inquisitorial y oscurantista, reduciéndolo a la impotencia.

No conviene caer en paranoias. Al lado de estas tiradas, encontramos en otros países europeos y en Usa actitudes mucho más ponderadas y apreciativas. Es más, a menudo han sido estudiosos extranjeros quienes han sacado a la luz logros históricos españoles que habían permanecido menospreciados u ocultos para los propios hispanos; aparte de que cada país tiene también sus leyendas negras, mejor o peor justificadas. No obstante, en el caso español ha prevalecido la propaganda denigratoria con una intensidad excepcional, y los estereotipos difundidos en el exterior han terminado por ser aceptados con más o menos amplitud en la misma España.

Ya durante la Ilustración empezaron a circular los estereotipos propagandísticos. Al principio se aceptaba la excelencia del siglo XVI, al contrario que la del XVII, pero pronto el primero fue englobado en la descalificación. Según Feijoo, "los conquistadores llenaron España de riquezas después de inundar América de sangre", como si de un país inundado de sangre pudiera sacarse alguna riqueza, aparte el botín del primer momento; y Cadalso, aunque muy patriota, acusaba a los Austrias, bajo los cuales alcanzó España su hegemonía y mayor brillo cultural, de derrochar la fuerza del país en empresas absurdas y contrarias a los intereses españoles. Muchos recursos debía de tener la nación para durar tanto tiempo semejante derroche. Comenzaba la interiorización de la Leyenda negra, que llegaría a su ápice en el siglo XX, reforzada por el marxismo. Gran parte de las glorias del Siglo de Oro habrían consistido realmente en crímenes horrendos, de los que debíamos avergonzarnos, como afirmaban algunos gobernantes de la I República.

Bartolomé de las Casas.En Nueva historia de España he tratado este problema con cierta extensión, porque está en la base de muchas actitudes y políticas fallidas que han condicionado la historia de nuestro país en los últimos dos siglos, y ahora mismo la involución política a manos del PSOE. Julián Marías señaló agudamente el defecto decisivo de los socialistas: tenían una visión negativa de nuestra historia.

Como es sabido, la fuente de todos estos despropósitos no se halla en los protestantes ni en Francia, sino en la misma España, y destacadamente en Bartolomé de las Casas, cuya delirante Brevísima relación de la destrucción de las Indias he examinado en la estela crítica de Menéndez Pidal, uno de nuestros mejores historiadores de cualquier época. La obra de Las Casas es disparatada desde sus descripciones de aquellas tierras a sus estimaciones demográficas, pasando por la atribución que hace a los españoles de unas masacres que no han sido posibles ni en el siglo XX, con organizaciones muchísimo más nutridas y tecnificadas. Sin embargo, o quizá precisamente por tales exageraciones que desafían al sentido común, la obra de Las Casas ha sido difundidísima en Europa, e interesadamente creída. De ellas se nutre también de uno de los mitos más dañinos de los últimos dos siglos, el del buen salvaje, criadero de utopías, es decir, de totalitarismos. De ahí surgió asimismo el odio fanático de los llamados libertadores de América hacia los españoles –siéndolo ellos mismos–, acompañado de su pretensión de ser los representantes de las culturas prehispánicas, lo cual, por cierto, no llamó a engaño a los indios, que los conocían bien y simpatizaron con España, incluso lucharon activamente a su favor, por lo que fueron masacrados sin contemplaciones.

No puede criticarse demasiado a Las Casas por lo que escribió, pues sus efectos habrían sido mínimos si hubiera prevalecido hacia su obra una actitud racional. Pero no ha sido así. La veneración por el desbocado fraile tiene un aspecto psicológico: creer en la maldad sin límites del contrario suele resultar moralmente reconfortante y justificador de las propias acciones, máxime si intervienen en la creencia intereses prácticos. De ahí la tendencia a mantener el mito y a descalificar a cuantos lo pongan en duda. No puede extrañar que el historiador stalinista Tuñón de Lara considerase a Las Casas la auténtica gloria de España, frente a quienes expandieron nuestra cultura por el orbe (expansión de la que el mismo Tuñón no tenía reparo en beneficiarse). Esta apreciación ha cundido igualmente en la derecha. Y la percibimos en los Fidel Castro, Chávez y numerosos dictadores latinoamericanos, cuya obsesión ha sido largo tiempo desespañolizarse (como indica el espurio término Latinoamérica, promovido por Francia y aceptado con fervor).

La denigración insistente de la obra de España implica el supuesto de que los denigradores representan una alternativa ética y política muy superior, pero la experiencia histórica indica algo muy diferente. Lo cual no extrañará mucho, habida cuenta de que sus actitudes se apoyan en una enorme distorsión de la historia.


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