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CUESTIONES DE HISTORIA DE ESPAÑA

La Reconquista

En mi cita semanal con Luis del Pino, los sábados por la mañana, el otro día comenté un hecho que ha llegado a mis oídos: un alumno de Historia de la Universidad de Salamanca que no podía utilizar el término Reconquista so pena de suspender. ¿Increíble? Nada de eso.

En mi cita semanal con Luis del Pino, los sábados por la mañana, el otro día comenté un hecho que ha llegado a mis oídos: un alumno de Historia de la Universidad de Salamanca que no podía utilizar el término Reconquista so pena de suspender. ¿Increíble? Nada de eso.
Desde hace muchos años, la idea de que los reinos cristianos españoles recuperaron España en un proceso largo y difícil viene siendo objeto de una crítica verdaderamente pintoresca, pero incesante. La idea viene de lejos, y Ortega y Gasset, tan arbitrario en sus interpretaciones históricas y tan aficionado a las frases ocurrentes y de escaso sentido (recuérdese la muy celebrada ""España es el problema y Europa la solución"), negó en su librito España invertebrada, tan disparatado como influyente, que un proceso tan prolongado pudiera llamarse Reconquista. La idea podía tener algún sentido si, como observa Stanley Payne, su autor hubiera ido más allá de la frase y tratado de demostrarla convincentemente, lo que no fue el caso. Pero a menudo las frases rimbombantes tienen más efecto que una argumentación sólida.

Y no le habría sido fácil a Ortega demostrarla, desde luego. El proceso reconquistador se hizo sobre la idea de la pérdida de España a manos de los invasores islámicos, los cuales habían fundado no solo un nuevo estado, sino toda una cultura de corte africano-oriental que, de haberse impuesto, habría alterado drásticamente la dinámica histórica de la península desde la II Guerra Púnica, sustituyéndola por una dinámica semejante a la del Magreb. Y la idea de la pérdida de España se refiere al reino hispanogodo, sin el cual resulta imposible explicar la Reconquista, como han mostrado muy bien García Moreno y otros: en el norte de África no existió, tras la caída de Roma, nada parecido al reino de Spania.

La ocupación prácticamente total de la península por los musulmanes hizo que las resistencias fueran surgiendo de forma aislada, con lo que el resultado final, en un proceso tan largo, habría sido, con la mayor probabilidad, la consolidación de una península balcanizada en estados y países distintos, cristianos e islámicos. Sin embargo, la separación solo se mantuvo en el caso de Portugal. En el resto, el 80% del territorio, terminó resurgiendo la España perdida, cristiana, latina y europea. Ello fue casi un milagro, que se explica por la fuerza de la idea fundamental de todos los reinos de formar parte de España. Incluso los portugueses siguieron considerándose españoles mucho después de afianzada su independencia. A pesar de las hostilidades entre los reinos españoles (que no meramente cristianos, pues los reinos cristianos iban extendiéndose por toda Europa), hostilidades mucho menores que las producidas entre los islámicos, la idea unitaria de España pervivió y al final se impuso.

Ortega y Gasset.Estos hechos, de los que la España actual es un resultado inequívoco, no pueden ser minimizados, y menos aún pasados por alto, como he procurado exponer en Nueva historia de España.

Por ello habría que explicar el dogmatismo y empecinamiento de muchos profesores e intelectuales en mantener una visión tan evidentemente deformada de nuestra historia. Dudo de que haya otro país en Europa cuya historia haya sido tan tenaz y sistemáticamente falseada en ciertos niveles, e ignorada popularmente. Una razón ha sido la extensión de una ideología antiespañola, de auténtico odio a España (recuérdese que en algunas épocas los vivas a nuestro país eran perseguidos, y ahora mismo son mirados con reticencia o aversión en muchos ambientes), cuyas raíces, como he explicado, cabe encontrar en Bartolomé de las Casas, pero que en el siglo XIX, y sobre todo en el XX, se complicaron con nuevas ideologías de corte izquierdista o progresista. Para Azaña, como para Costa u Ortega, la historia entera de España había sido una especie de inmensa equivocación y anormalidad, que ellos, supuestamente, venían a corregir. Paralelamente, los nacionalismos regionales en Cataluña, Vascongadas, en menor medida en Galicia y Andalucía, más tarde en Canarias, se dedicaron a convertir la historia en una sucesión de mitos, a negar la misma existencia de España o a presentar esta como un poder oscuro y salvaje. El marxismo, tan difundido hasta hace poco y, en formas menos explícitas, también ahora mismo, dio una envoltura científica a todas esas concepciones. Durante años la misma palabra España quedó proscrita en los ambientes de izquierda y separatistas; lo sigue estando en gran medida: había que decir "Estado español", expresión absurda, por cuanto si es español tiene que existir España.

Atendamos al modo como han prosperado estos disparates históricos y conceptuales. En el fondo, los negacionistas de España tenían una oscura conciencia de estar desbarrando, y por ello procuraban sustituir el debate racional por afirmaciones rotundas, lucubraciones arbitrarias, insolencias y desplantes, como ocurre ahora mismo en torno a la guerra civil y la república. Su actitud se vio alentada por la inhibición mayoritaria de los presuntos defensores de España, salpicada de ocasionales reacciones en un plano sentimental.

La escasez de debate es uno de los índices más precisos de la decadencia intelectual de nuestro país. Ahora mismo vemos al principal partido de una oposición ficticia insistir en "mirar al futuro" y olvidar el pasado. Del pasado se puede aprender mucho; del futuro, nada: solo proyectar en él los insignificantes deseos de los necios.


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