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LOS ORÍGENES DE LA GUERRA FRÍA

El nacimiento de la OTAN

Está extraordinariamente extendida la idea de que la OTAN fue inventada por los norteamericanos para disponer de un instrumento con el que controlar Europa Occidental. El mito añade que, sin la OTAN, el oeste de Europa habría evolucionado hacia una sociedad de tercera vía, a mitad de camino entre el capitalismo salvaje de los EEUU y el comunismo feroz de la URSS, y que se habría proclamado militarmente neutral.


	Está extraordinariamente extendida la idea de que la OTAN fue inventada por los norteamericanos para disponer de un instrumento con el que controlar Europa Occidental. El mito añade que, sin la OTAN, el oeste de Europa habría evolucionado hacia una sociedad de tercera vía, a mitad de camino entre el capitalismo salvaje de los EEUU y el comunismo feroz de la URSS, y que se habría proclamado militarmente neutral.

La leyenda ha hecho creer que, sin la OTAN, toda Europa Occidental habría sido como Suecia. Pero la verdad es que la OTAN no fue una imposición de los estadounidenses a los europeos, sino el instrumento con que éstos lograron comprometer a unos reacios Estados Unidos en la defensa de Europa, ante la amenaza que constituía la Unión Soviética. Los historiadores revisionistas de izquierdas de los años sesenta y setenta afirman que la URSS nunca fue una amenaza. Los europeos de entonces sí la percibieron como tal, y se dieron cuenta de que los únicos con medios suficientes para defenderlos eran los Estados Unidos de América. La herramienta para hacerlo fue la OTAN. Veamos cómo nació.

Unos Estados Unidos renuentes

Al terminar la guerra, la opinión pública estadounidense quería dos cosas: que retornaran sus chicos y que el país volviera a aislarse de ese mundo tan cruel que había al otro lado de los dos océanos que los protegían. La desmovilización fue radical. El ejército norteamericano pasó en 1945 de tener 12 millones de hombres a contar con menos de millón y medio. Se abolió el servicio militar obligatorio y se volvió al sistema de reclutamiento voluntario. Es verdad que Pearl Harbor había demostrado que los dos océanos ya no eran tan eficaces como barreras de protección frente a enemigos exteriores. Pero ahora los Estados Unidos tenían la bomba. Nadie se atrevería a atacarlos teniendo que arrostrar el riesgo de una represalia tan brutal. La bomba infundió a los americanos la seguridad que hasta entonces les habían conferido sus dos océanos. Como ocurrió en 1918, volvió a campear el aislacionismo.

De hecho, en las elecciones de mitad de mandato, en 1946, vencieron los republicanos, que se hicieron con sendas mayorías en las dos Cámaras. El GOP es tradicionalmente más aislacionista que el Partido Demócrata. Así que, cuando Truman se convenció –viendo lo que ocurría en Europa del Este, en Grecia, en Turquía y en Irán– de la naturaleza expansionista del régimen soviético, el gran problema que tuvo que enfrentar, a partir de principios de 1947, fue la presencia de un Congreso hostil a la excesiva implicación de los Estados Unidos en los asuntos del mundo.

Unos europeos asustados

Cuando terminó la guerra, la URSS era vista con cierta simpatía, tanto en Europa como en América. Los partidos comunistas europeos, muy comprometidos con la Resistencia (aunque sólo después de que Hitler invadiera Rusia), se habían ganado un enorme prestigio. El único que olfateó el peligro desde antes de que terminara la contienda fue Churchill. Sin embargo, fue el viejo león quien había firmado con Stalin en 1944 el pacto de los porcentajes, con el que se habían repartido Europa en esferas de influencia a espaldas de Roosevelt. Pero el miedo empezó a cundir, no tanto porque el Ejército Rojo amenazara con no respetar lo pactado y lanzarse a la conquista de Europa Occidental, sino porque Stalin encontró que nada le obligaba a impedir que los partidos comunistas de Occidente se hicieran con el poder allí donde las urnas o las circunstancias se lo permitieran.

Especialmente inquietante para los británicos fue lo ocurrido en Grecia, donde la revolución comunista y la imposibilidad de sofocarla con medios locales llevó a la intervención norteamericana, en febrero de 1947, lo que dio lugar al nacimiento de la Doctrina Truman, esa que propugnaba que los Estados Unidos acudieran en auxilio de todo pueblo que viera amenazada su libertad por el comunismo. En Grecia, Stalin fue estrictamente neutral, como le había prometido a Churchill, y dejó que sus camaradas helenos fueran aplastados sin que el Ejército Rojo moviera un músculo. Ahora bien, Stalin no pudo impedir (o no quiso, a ojos de los británicos) que Tito, muy independiente de Moscú, ayudara a los comunistas griegos.

En definitiva, el problema al que se enfrentaban los británicos era que, dentro de su supuesta esfera de influencia en Europa Occidental, era posible que algunos países cayeran bajo el influjo de Moscú sin necesidad de que Stalin moviera un dedo, a base de imponerse los comunistas locales a los demás partidos. Eso era lo que había ocurrido en Europa del Este. En la mayoría de los casos, gracias a que el Ejército Rojo estaba acantonado en los suburbios de las grandes ciudades, pero hubo otros, como en Checoslovaquia y Yugoslavia, en que los comunistas gobernaron con el beneplácito del pueblo, sin necesidad de que los rusos impusieran nada. Lo mismo que había ocurrido en estos países, y que a punto estuvo de ocurrir en Grecia, podía ocurrir en Italia o, lo que sería terrible para Gran Bretaña, en Francia. La demostración de que esa era la táctica ideada en Moscú para, sin dejar de respetar lo acordado durante la guerra, hacerse con el poder en todo el continente fue la fundación de la Cominform, en septiembre de 1947. La Cominform no fue más que la heredera de la Comintern, es decir, el instrumento con el que Moscú pretendía que todos los partidos comunistas del mundo ajustaran sus estrategias a sus intereses.

La Unión Europea Occidental

Es curioso que fueran precisamente los británicos, gobernados desde el final de la guerra por los laboristas y sin un poderoso partido comunista en su sistema político, los primeros en alarmarse.

Si pudiera señalarse a una sola persona como responsable del nacimiento de la OTAN, ésa sería Ernest Bevin, el secretario del Foreign Office del Gabinete Attlee. El primer paso que dio fue el de suscribir un tratado defensivo con Francia. Dunkerque se firmó en marzo de 1947, poco después de que los británicos reconocieran a Washington su incapacidad de controlar la situación en Grecia y Turquía, pero bastante antes de que naciera la Cominformy los comunistas franceses e italianos empezaran a movilizarse contra sus respectivos Gobiernos de derecha y de centro.

De hecho, para los franceses Dunkerque fue un tratado antialemana, y es dudoso que los ingleses estuvieran pensando más en Rusia que en Alemania en fecha tan temprana. Fuera como fuese, unos meses más tarde el temor a Alemania había desaparecido, y se hizo evidente que la amenaza real era la URSS. Ante el temor que inspiraba el gigante comunista, los británicos convencieron a los pequeños países del Benelux para que se unieran a la alianza defensiva que había formado Francia y Gran Bretaña un año antes. En marzo de 1948 se firmó el Tratado de Bruselas, por el que se creó la Unión Europea Occidental (UEO), una alianza defensiva en la que cada miembro se comprometía a asistir militarmente a cualquiera de los otros que se viera atacado. Este tratado sí estaba ya claramente dirigido a defenderse de la Unión Soviética, aunque no se la mencionara.

Pero desde marzo de 1947 a marzo de 1948 habían pasado muchas cosas: la creación de la Cominform,revueltas y desórdenes protagonizados por los comunistas italianos y franceses de manera coordinada (finales de 1947) y, sobre todo, el golpe de estado de febrero de 1948 en Checoslovaquia. Nuevamente, como en 1938, el país centroeuropeo volvió a ser la gota que colmó el vaso.

La OTAN

Bevin era perfectamente consciente de que la UEO nada podía hacer contra el Ejército Rojo. La defensa del oeste de Europa ya no podía basarse en sus propias capacidades y era necesario implicar a los Estados Unidos. A ello se puso el político laborista inglés con todas sus fuerzas.

El escollo no iba a ser la Administración Truman sino el Senado, plagado de republicanos aislacionistas deseosos de recortar el gasto, empezando por el militar. No obstante, Truman contó con un fantástico aliado en la colina del Capitolio, el senador republicano por Michigan Arthur Vandenberg. Se trataba de conducir a los Estados Unidos a firmar una alianza defensiva con países de Europa Occidental. Estados Unidos nunca había hecho tal cosa, y mucho menos con los poco fiables países europeos. Es cierto que había suscrito una especie de tratado de defensa mutua en Río de Janeiro con varios países latinoamericanos en septiembre de 1947, pero su ratificación no planteó problemas porque el Tratado de Río fue contemplado como una actualización de la Doctrina Monroe, que pretendía impedir toda influencia europea en el hemisferio occidental.

El plan era que Estados Unidos y Canadá integraran, junto con los miembros de la UEO, una estructura de seguridad colectiva atlántica. La idea era crear una organización de seguridad que, como la creada en Río, se ajustara a lo que el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas había previsto, esto es, una organización regional de seguridad colectiva no dirigida contra nadie en especial.

Mientras tanto, el bloqueo de Berlín y la agresividad que entonces demostró la URSS permitieron que el 11 de junio de 1948 el Congreso aprobara la resolución Vandenberg, por la que se autorizaba al Gobierno a integrarse en esta clase de organizaciones regionales de seguridad colectiva. Y el 28 de ese mismo mes se aprobó la Selective Service Act, que volvió a instaurar el servicio militar obligatorio.

Con estos dos instrumentos legales, el vicesecretario de Estado, Robert Lovett, se puso a negociar la integración de los norteamericanos en la organización creada por el Tratado de Bruselas. Los europeos estaban ansiosos de comprometer a los norteamericanos en su defensa, así que aceptaron todas sus exigencias. La mayor fue la extraña redacción que finalmente tuvo el artículo 5 del Tratado de Washington, mucho más vago que el equivalente en el Tratado de Bruselas: obliga a prestar ayuda al aliado atacado, pero no exige que tal ayuda sea militar; además, restringe al Atlántico Norte el área en que hay obligación de auxilio.

Además, los norteamericanos exigieron la presencia de Portugal, Islandia y Dinamarca, porque sus territorios (en el caso de Portugal, las Azores; en el caso de, Groenlandia) eran necesarios para el correcto funcionamiento de un sistema de comunicaciones interaliados. Noruega, que había sido tentada por los soviéticos, para horror de los británicos, fue también incorporada, como lo fue Italia, lo que, a pesar de la diatriba en el Parlamento de Palmiro Togliatti, fue un gran éxito del Gobierno italiano, que logró que su país pasara de potencia derrotada a potencia aliada.

El 4 de abril de 1949 se firmó en Washington el Tratado del Atlántico Norte. El Senado norteamericano lo ratificó, y Truman lo firmó, el 25 de julio. Así nació la OTAN, la eficacísima organización militar que, sin pegar un tiro, supo mantener a raya a los soviéticos y en última instancia ganarles la Guerra Fría.

 

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