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LA GUERRA FRÍA

Corea

El 25 de junio de 1950, las tropas de Corea del Norte cruzaron el paralelo 38 e invadieron Corea del Sur. Tras muchos esfuerzos, el líder comunista de Pyongyang había logrado convencer a Stalin de que respaldara el proyecto. El bolchevique, después de muchas vacilaciones, lo hizo a condición de que el norcoreano lograra también el apoyo de China, recién convertida en miembro del selecto club de países comunistas. Kim Il Sung, tras obtener el beneplácito del Kremlin, viajó a Pekín y logró el de Mao.


	El 25 de junio de 1950, las tropas de Corea del Norte cruzaron el paralelo 38 e invadieron Corea del Sur. Tras muchos esfuerzos, el líder comunista de Pyongyang había logrado convencer a Stalin de que respaldara el proyecto. El bolchevique, después de muchas vacilaciones, lo hizo a condición de que el norcoreano lograra también el apoyo de China, recién convertida en miembro del selecto club de países comunistas. Kim Il Sung, tras obtener el beneplácito del Kremlin, viajó a Pekín y logró el de Mao.

Los norcoreanos cogieron a sus compatriotas del Sur completamente por sorpresa. En unos días se plantaron a las puertas de Seúl sin encontrar apenas resistencia. El ejército norcoreano estaba muy bien equipado gracias a los suministros rusos de aviones, tanques y cañones. En cambio, el surcoreano apenas disponía del armamento ligero que habían querido darle los norteamericanos.

A pesar de las declaraciones del secretario de Estado Dean Acheson, en el sentido de que la península caía fuera del perímetro defensivo diseñado por los Estados Unidos en Extremo Oriente, Truman reaccionó con inusitada rapidez y energía. Convocó el Consejo de Seguridad de la ONU para tratar el tema. Desde enero, el delegado soviético no asistía a las reuniones del Consejo en protesta por que no fueran reconocidos los comunistas como legítimos representantes de China, una vez que había triunfado –en noviembre– la revolución. Con la ausencia del ruso no fue difícil aprobar el mismo día 25 una resolución (la 82) en la que se exigía la retirada del ejército norcoreano.

El 27, los norcoreanos ocuparon Seúl. El Consejo de Seguridad aprobó ese mismo día una resolución (la 83) en la que, tras constatar que Corea del Norte no había retirado sus tropas al norte del paralelo 38, pedía textualmente a los miembros de las Naciones Unidas que proporcionasen a la República de Corea

la ayuda que pueda ser necesaria para repeler el ataque armado y restablecer la paz y seguridad internacionales en la región.

Con el respaldo de la ONU, los estadounidenses iniciaron operaciones aeronavales contra los norcoreanos y pusieron en alerta dos divisiones norteamericanas estacionadas en Japón. La operación estuvo concebida como una operación de la ONU y los norteamericanos lucharon bajo la bandera azul, no la suya. Habría que esperar a la Guerra del Golfo (1990) para volver a encontrar una acción similar de Naciones Unidas frente a una agresión no provocada.

Truman recibió la aprobación del Consejo para que, ya que su país era el que mayor esfuerzo militar estaba realizando, fuera él quien nombrara al comandante en jefe. La elección recayó en Douglas MacArthur, comandante de las fuerzas de ocupación norteamericanas en Japón. A pesar de que fueron los Estados Unidos los que cargaron con la mayor parte del peso bélico, en la coalición se integraron 20 países; además, el ejército surcoreano se puso inmediatamente a las órdenes de MacArthur.

El avance comunista y la reacción norteamericana

Al principio, las fuerzas de la ONU no lograron frenar el avance comunista. A primeros de agosto, el pobremente armado ejército surcoreano se encontró arrinconado en el puerto de Pusan, alrededor del cual, no obstante, lograron consolidar una línea de frente. El éxito salió caro a los norcoreanos, que sufrieron cuantiosas bajas y perdieron buena parte de su armamento. Y ya no fueron capaces de superar el llamado perímetro de Pusan.

Mientras tanto, el 15 de septiembre, las fuerzas norteamericanas dirigidas por MacArthur desembarcaron con éxito en Inchon, en la costa occidental de Corea del Sur, a pocos kilómetros de Seúl y muy al norte del perímetro de Pusan. El desembarco cogió por sorpresa a los norcoreanos, que huyeron en desbandada. Enseguida fue reconquistada la capital, y en dos semanas los norcoreanos fueron devueltos al norte del paralelo 38. De modo que, dos meses después de que lo emitiera, la ONU vio cumplido su mandato: la agresión había sido repelida y el statu quo restaurado.

La guerra se traslada al Norte

Cumplido el mandato de la ONU, no tenía sentido seguir combatiendo. Sin embargo, MacArthur no quería dejar pasar la oportunidad de reunificar la península bajo un régimen amigo y la Junta de Jefes de Estado Mayor estaba de acuerdo con él. Era tal la popularidad del general, que Truman no se atrevió a oponerse.

En Moscú la primera reacción fue la de corregir el error de retirar a su delegado del Consejo de Seguridad. Desde el 1º de agosto el diplomático soviético volvió a las reuniones, y ya no fue posible aprobar ulteriores resoluciones con las que dar cobertura legal a las operaciones militares norteamericanas en Corea.

Para cubrir legalmente el avance hacia el Norte, dada la imposibilidad de superar el veto soviético en el Consejo de Seguridad, los norteamericanos recurrieron a la Asamblea General, que aprobó una resolución el 7 de octubre por la que se instruía a MacArthur para que tomara las medidas apropiadas a fin de restaurar la estabilidad y así se pudieran celebrar las elecciones en toda Corea, tal y como la propia ONU había decidido –en 1947– que se debía hacer.

Con este mandato de legalidad dudosa, ya que en temas de seguridad el competente es el Consejo, el 9 de octubre las fuerzas norteamericanas cruzaron el paralelo 38, y a finales de mes ya habían capturado Pyongyang y aproximado a la frontera con China.

La situación fue vista con enorme alarma en Pekín. Para empezar, al día siguiente de la invasión Truman había ordenado a la Séptima Flota establecerse en el Estrecho de Taiwán para impedir una escalada entre chinos comunistas y nacionalistas. Esta presencia, aunque Washington quería honradamente ser imparcial, fue vista con muchísimo recelo en Pekín. Ya a principios de agosto, antes del desembarco de MacArthur en Inchon, Mao había ordenado el despliegue de 250.000 soldados a lo largo de la frontera con Corea. Producido el desembarco, y ante la desbandada de sus hombres, Kim Il Sung pidió ayuda a Pekín. Mao se comprometió a intervenir a partir de mediados de octubre y Stalin dijo que su aviación daría cobertura aérea tanto a chinos como a norcoreanos.

Los comunistas chinos entran en liza

A la vista de que los norteamericanos parecían decididos a cruzar el paralelo 38, Chou En Lai, número dos en Pekín, advirtió pública y privadamente a Washington de que intervendrían si tropas distintas de las surcoreanas cruzaban el paralelo 38 hacia el Norte. La advertencia fue desoída y, como sabemos, el avance se inició el 9 de octubre. Los chinos pidieron entonces a Stalin que hiciera honor a la palabra dada, pero éste se echó para atrás y negó la intervención de su aviación. A pesar de ello, Pekín decidió intervenir, y el día 19 unos 200.000 soldados chinos cruzaron el Yalu. Sin embargo, fueron rechazados y las tropas de MacArthur se encontraron en dicho río el 21 de noviembre. Tres días más tarde el general norteamericano lanzó una ofensiva total. Los chinos reaccionaron. Mao envió 300.000 veteranos de la guerra civil y a 150.000 norcoreanos supervivientes contra las muy diseminadas tropas estadounidenses. El frente se desintegró y, para finales de año, los chinos habían logrado avanzar hasta el paralelo 38. El 4 de enero de 1951 Seúl volvió a caer en manos de los invasores. Fue entonces cuando Stalin envió a sus aviones, que combatieron con insignias norcoreanas. A los pilotos soviéticos les estaba prohibido sobrevolar territorio enemigo con el fin de evitar la posibilidad de que fueran capturados y se comprobase que eran rusos. El caso es que aviadores norteamericanos y soviéticos llegaron a enfrentarse en los cielos de Corea en 1951.

En ese momento, los norteamericanos empezaron a sondear a los chinos sobre la posibilidad de un alto el fuego. Pero Mao, envalentonado por sus victorias, exigió la retirada de la península de los norteamericanos, la retirada de la Séptima Flota del Estrecho de Taiwán y la admisión de la República Popular China en la ONU. MacArthur, por su parte, propuso una escalada, con bloqueo de los puertos chinos y bombardeo de posiciones comunistas más allá del Yalu. Truman no quiso ni oír hablar de tales propuestas, que implicaban el riesgo de una guerra a gran escala. Lo que quería, a esas alturas, era un armisticio basado en la frontera del paralelo 38.

Vuelta al punto de partida

Durante la primavera, debido a la excesiva extensión de las líneas de suministro, la posición china se debilitó. Las fuerzas de la ONU aprovecharon la ocasión para contraatacar, lo que hicieron con éxito hasta que el frente volvió a establecerse más o menos a lo largo del paralelo 38. MacArthur escribió una carta a los republicanos, por entonces en la oposición, proponiendo que se permitiera a los nacionalistas chinos atacar la China continental. Tal acto de insubordinación obligó a Truman a destituirle. Estaba claro que los norteamericanos querían el armisticio. La URSS también se dio cuenta del inmenso peligro que entrañaba dejar que la guerra en Corea escalara. En junio, empezaron las negociaciones.

El primer obstáculo lo supuso la frontera. Los chinos querían volver a la del paralelo 38 y los norteamericanos defendieron que fuera la del frente, algo más favorable para los surcoreanos. Pekín terminó cediendo. Sin embargo, lo que se reveló como un obstáculo casi insalvable fue el asunto del intercambio de prisioneros. Los norteamericanos tenían en su poder 170.000 prisioneros chinos y norcoreanos. De éstos, unos 50.000 (de los que dos tercios eran chinos) no deseaban ser repatriados, sino que querían que se les diera asilo político. Pekín se negó a aceptarlo. Tras muchas negociaciones, Mao estuvo dispuesto a permitir que se quedaran los norcoreanos que quisieran, pero insistió en que los chinos le fueran devueltos.

Las negociaciones se bloquearon durante dos años, mientras se sucedían las escaramuzas y seguía latente el peligro de una escalada. Ocurrieron entonces dos acontecimientos cruciales para la resolución del conflicto. Por un lado, las elecciones de 1952 en Estados Unidos fueron ganadas por Eisenhower, un halcón que, a partir de su toma de posesión en enero de 1953, se mostró decidido a impedir que la situación se prolongara más. Llegó incluso a insinuar que los norteamericanos recurrirían en otro caso a su arsenal atómico. El segundo fue el fallecimiento de Stalin (5 de marzo de 1953), que abrió un período de inmensa incertidumbre en el Kremlin. Sus sucesores no se podían permitir el lujo de tener abierta la posibilidad de que Corea volviera a incendiarse, de forma que presionaron a los chinos para que firmaran el armisticio y se permitiera que los prisioneros que quisieran quedarse, lo hicieran. Los chinos se avinieron con tal de que fuera una comisión internacional neutral la que se asegurara de cuál era la verdadera voluntad de los prisioneros que no querían volver. El armisticio se firmó el 26 de julio de 1953 poniendo fin a la más caliente de las guerras de la Guerra Fría, con permiso de la del Vietnam.

Las consecuencias de la Guerra de Corea fueron múltiples y muy graves y marcaron el destino de la Guerra Fría, pero esa es otra historia.

 

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